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Comienza el ciclo de cine de Barbara Stanwyck

Un nuevo ciclo de cine dedicado a Barbara Stanwyck, fallecida el pasado mes de enero, comienza esta noche en la segunda cadena de Televisión Española, sustituyendo al de Jack Lemmon. Annie Oakley es la primera de las 16 películas que componen el ciclo, en el que se incluyen algunos títulos fundamentales de la filmografía de la actriz, como Stella Dallas, Juan Nadie o Bola de fuego.

Es cierto que no costaría mucho hallar en el hemisferio actoral de nuestros días féminas que cortan el hipo y rompen termómetros: la Melanie, la Michelle, la Meryl, la Jamie, que no Jaime... Les falta, en cambio, un matiz: pasado. Alrededor de él se trenzan las auras míticas y se escriben las leyendas del arte, se edifica esa hipérbole de nuestras vidas que es el cine.Vayamos al grano: Bárbara Stanwyck. Ella es todo pasado, aura mítica, esplendor. Gloria. Página de oro de la historia del cine, del calibre ni más ni menos de Lombard, Harlow, Crawford, Hepburn o Colbert, y como ellas, aureolada de férrea personalidad.

Esa personalidad, para los recién llegados, pasa inevitablemente por la anciana millonaria de figura matriarcal de Los Colby. O por la igualmente televisiva Valle de pasiones, vieja serie en la que con propiedad encarnaba a una madre autoritaria aunque de corazón tamaño hipopótamo.

Actriz de 'western'

Pero puestos ya a presidir una mesa de comensales con el revólver al cinto y un rancho de altura, el cinéfilo la recordará en Forty guns, un dinámico y lacónico western de Sam Fuller donde sus rasgos, oportunamente virilizados (como en Annie Oakley, como en Las furias, como en La reina de Montana habrá que convenir en que la Stanwyck, sexo al margen, dibuja uno de los tipos del western más consistentes del género, de la estirpe de Stewart, Douglas, Cameron, Mitchum e tutti quanti), donde sus rasgos, decíamos, entroncaban directamente con la filosofía de los outsiders y el destino de los sin ley.Ella tuvo sus leyes, sin embargo. La primera, a costa de quien sea y de lo que sea, traguarse su propia idiosincrasia, utilizar su feminidad para dar ciento y raya a toda masculinidad.

Ella fue una mujer no especialmente atractiva, sino atractivamente especial, de mirada luminosa y ambigua, que mejor estaba cuanta más perfidia pudiera irradiar. Brillaron tanto como sus ojos sus comedias, sobre todo Bola de fuego, de Hawks, donde encarnaba a una vivaz cabaretera caída en un plácido corral de atolondrados y bonachones profesores capitaneados por Gary Cooper; pero también Juan Nadie, de Capra, y de nuevo con Cooper.

Y no brilló menos -si no más- su entrega al thriller, en un drama como Perdición, de Wilder, encarnando a la genuina femme fatale del cine negro, carne de presidio, papel que le acarrearía el sambenito de antipática, del que muchos no la han sabido redimir.

A eso, al salto de la comedia más pícara -y citemos otra: Las tres noches de Eva, de Preston Sturges, maravillosa- al más tormentoso de los melodramas -ejemplo: Voces de muerte, ahí pasto de los instintos criminales de su marido Lancaster-, se le llama versatilidad.

Dureza y agresividad

Un denominador común unió sus interpretaciones: la dureza, cuando no simple y llanamente la agresividad (en su segundo matrimonio ¿llevaría las faldas Robert Taylor?).Bárbara era verdaderamente bárbara.En ese aspecto, en el mismo podio de temperamento fuerte y carácter regio de Bette. Algo quizá poco grato en días de convenciones. Y probablemente por ello su carrera cinematográfica fue paulatinamente menguando hasta hallar un nuevo sendero, maná del cielo, en la televisión. El Oscar nunca ganado y tantas veces merecido le llegó, honorífico, en 1982.

Y ocho años más tarde, el adiós definitivo de este mundo tal real. En el otro, en el de celuloide, como quiere el tópico, seguirá viviendo. Como ahora, cada lunes, su figura centelleante abrasando nuestras noches: la materia de los sueños ha sido siempre de carne y hueso.

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