El milagro libanés
El espíritu comercial de los libaneses ha mantenido abierto su mercado, pese a todas las vicisitudes político-militares
Cuando A. A. y G. E. viajaron recientemente a Líbano para visitar a un familiar iban dispuestos a pasar algunas privaciones, pues sabían que el país se encontraba en guerra. Una semana después aún no salían de su asombro. No sólo habían comido todos los días a la carta, sino que regresaban a España con un vídeo y cargados de regalos para los amigos. Ante la admiración del mundo entero, el espíritu comercial de los libaneses ha mantenido abierto su mercado de import-export, pese a todas las vicisitudes político-militares.
Pero ese milagro económico ha comenzado a desvanecerse por agotamiento. Sólo el último conflicto le ha costado a Líbano un tercio de su producto interior bruto (PIB) anual. Por primera vez en 15 años [se cumplieron el 15 de abril] los libaneses se rinden. Los seis meses de guerra de liberación que sufrieron el año pasado y la última entrega de la lucha por el poder en el enclave cristiano superan lo que nadie puede aguantar. El que no abandona el país es porque carece de dinero suficiente para hacerlo. Y ahí, en la ausencia de dinero, radica una de las claves de la derrota. La inexistencia de un verdadero Estado que sirva de marco a la actividad económica y social ha dejado la supervivencia cotidiana en manos privadas, lo que ha dado paso a un capitalismo salvaje. Trabajadores y profesionales que dependen de un salarlo están en la ruina.El conflicto intercristiano que desde el pasado 31 de enero enfrenta al general Michel Aoun y al jefe de la milicia Fuerzas Libanesas, Samir Geagea, le ha costado al país no menos de 500 millones de dólares, un tercio de su PIB. No se trata sólo de las destrucciones ocasionadas por los combates, sino del cese de la actividad de muchas empresas que, por increíble que parezca, seguían funcionando antes de esa guerra. Cerca del 70% de la infraestructura industrial de Líbano y la mayoría de las centrales bancarias se encuentran radicadas en el llamado sector cristiano, un enclave de apenas 1.000 kilómetros cuadrados. Los destrozos de dos meses de enfrentamientos armados han reducido la capacidad productiva a un 10%. Ante la inestabilidad de la tregua alcanzada el pasado 2 de marzo nadie se atreve a emprender la enésima reconstrucción. El daño no se ha circunscrito a esa zona del país. La caída de la libra libanesa en casi un 20% no discrimina a ninguna región.
El temor ha cundido una vez más y 300 millones de dólares en depósitos han sido retirados del sistema bancario libanés. Fuentes periodísticas beirutíes calculan en unas 20.000 las personas que han abandonado el país de forma definitiva. Esta hecatombe financiera y social se añade a la herida todavía fresca de la guerra de liberación, tal vez menos intensa pero de efectos más generalizados. Los cuatro meses de descanso proporcionados por el acuerdo de Taif resultaron insuficientes para recuperar los mil millones de dólares pérdidos en la descabellada cruzada.
Verdadero caos
A resultas de estos acontecimientos, Líbano vive hoy un verdadero caos, no sólo político -lo que ya venía siendo habitual- sino estructural. Por cuarto mes consecutivo, los funcionarios que trabajan en el sector cristiano no recibirán su salario en abril. Llueve sobre mojado. Con el progresivo deterioro de la moneda, los salarios están por los suelos (el mínimo apenas equivale a 30 dólares) y ni siquiera es posible la subsistencia sin recurrir a la chapuza.Los devastadores efectos económicos de la desestabilización política causada por la guerra se sintieron de golpe un día de 1987, cuando en pocas horas la libra libanesa perdió un 50% de su valor. El pánico obligó a cerrar las tiendas y enfrentó a los libaneses con su propia tragedia.
En un país que importa más de dos tercios de su consumo, la caida se tradujo en un incremento de precios. Y lo que es aún más grave, en una pérdida de confianza en la moneda local que llevó a muchos comerciantes a fijar sus importes en divisas. Para la mayoría se acabó el flujo de dinero fácil que aliviaba las penas de la guerra.
Todos los medios financieros beirutíes, a uno y otro lado de la línea verde que divide la ciudad, coinciden en afirmar que el período de presidencia de Amín Gemayel fue la culminación del desastre. La corrupción se extendió a todos los niveles. Incluso la banca, una de las vacas sagradas de la economía, resultó alcanzada con la quiebra del Bank al Mashrek. El Banco Central, única institución independiente del país, frenó una inminente retirada de fondos de todas las organizaciones de ahorro al hacerse cargo de las deudas contraídas con los depositarios.
La libra perdió durante los seis años de mandato de Gemayel un 99% de su valor. En esas circunstancias, resulta cruelmente paradójica la recuperación económica que se produjo durante el último año de su mandato, 1988, a pesar de concluir con un Gobierno bicéfalo. El aumento del comercio continuó incluso durante 1989, incluso con la guerra, según se desprende de los informes de aduanas. No hay que olvidar que mientras el aeropuerto de Beirut estaba cerrado y sus puertos sometidos a bloqueo, el resto del país (Trípoli, Tiro o Sidón) seguía funcionando y de paso sacaba partido de la situación de la capital. Dada la generalización del contrabando, estos datos sólo representan una parte del comercio real. Por ello, tal vez sea cierto que si sus gobernantes dejan de pelearse los libaneses sean capaces de rehacer su país.
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