Señor presidente
¿Otra vez? ¿Pero qué le hemos hecho a usted para que nos amargue el futuro de vez en cuando amenazándonos con intentos de suicidio político? ¿Tan mal le tratamos, señor presidente, que quiere dejarnos huérfanos de su liderazgo, nuevamente descaudillados, entregados a nuestra pequeñez, a la orfandad del vasallo sin castellano?Repaso nuestras acciones y, aun reconociendo que no siempre supimos estar a su altura ética y estética, tampoco hemos rebasado los límites de nuestra poquedad, en el santo y prudente temor de no excitar su vocación de huida hacia adelante. Con todos mis respetos, sospecho en usted cierta inclinación a la práctica de la crueldad mental, motivo de divorcio en legislaciones más avanzadas.
Se quiso marchar cuando no le dejaban despiojar de marxismo a su partido, también cuando estaba en juego el sí o el no en el referéndum de la OTAN, otra vez ante la posibilidad de no conseguir mayoría absoluta en las últimas elecciones, y ahora por un motivo amoroso, de fraternidad viril, como lo hubiera adjetivado Malraux (que, aquí entre nosotros, adjetivaba como Dios). De todas sus amenazas de dimisión, la más entrañable es la última. Vivimos en tiempos de deslealtad y desamor, y usted, como el famoso rey Eduardo, se dispone a abdicar por amor, y acentúa nuestra miserabilidad de críticos irresponsables, insensibles ante las razones del corazón, que la razón no comprende.
¿Es usted presidente porque se lo ha pedido Alfonso Guerra o porque se lo ha pedido casi la mitad de los votantes? ¿Insinúa usted que un censo electoral sólo integrado por don Alfonso Guerra tiene más legitimidad histórica que el censo real y masivo, plebeyo, sin duda, pero inspirado en las reglas del juego de una democracia participativa? ¿Qué tiene Alfonso Guerra que no tengan sus votantes, señor presidente? Votarle a usted podría parecer un acto inútil, gratuito.
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