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El Madrid tumbó al Valladolid en minutos clave

Luis Gómez

LUIS GÓMEZ, El Madrid convirtió tres goles en casi todos los llamados momentos psicológicos fijos que tiene un partido de fútbol: a las primeras de cambio (m. 3), al borde del descanso (m. 44) y cuando el público desfila para casa (m. 89). Le faltó, para redondear la anécdota, ampliar la cuenta nada más reanudarse el segundo período. Quizás el Valladolid no mereció tamaño abuso, ni tan sutil tortura, aunque tampoco mostró otra intención que disponerse a recibir una suma discreta de goles, la suficiente como para aspirar a que el partido de vuelta conservara algún interés. En esas circunstancias, el segundo gol de Butragueño tuvo efectos devastadores; fue el gol clave, el que aclara el pronóstico.

Confiado el Madrid de la superioridad que destila en el Bernabéu desde unos meses a esta parte, confiado el público también y sometidos a esta tendencia los rivales, la frialdad ambiental. presidió los antecedentes del choque. Se sabía que el Valladolid emplearía hasta cinco defensas en su última línea, pero esa advertencia fue atendida con escasa preocupación. Cuando aún los cinco zagueros de rigor no se habían identificado del todo, mientras Lemos se aprestaba a ganarse el pecunio persiguiendo al cotizado Martín Vázquez, llegó un pase rectilíneo de Michel al que llegó puntualmente Butragueño sin encontrar aparente estorbo en tan numerosa red defensiva. Era el minuto tres y el Madrid cobraba un gol. El público lo recibió sin sorpresa, pero tampoco se apuró el Valladolid por ello; a diferencia de un encuentro de Liga, la Copa permite afrontar la derrota sin aparente deshonra. El Valladolid visitó el Bernabéu consciente de ello, pero animoso en cuanto que sería posible que no fuera demasiado abultada.

Así, dispuesto el equipo rival con hasta ocho elementos en actitud claramente defensiva, al Madrid se le presentó un problema de superpoblación en el área. De hecho, tras un par de jugadas bien diseñadas, tanto Martín Vázquez como Michel se encontraron en actitud de ejecutar claros remates a distancia prudencial pero ante la dificultad de atinar frente a una portería materialmente cubierta de defensores; los dos remates siquiera encontraron las manos del portero y se ensañaron con el cuerpo de los defensas.

Ante tamaña aglomeración, dispuesto el Valladolid a convertir el área en un atasco, el Madrid trató de manejar el partido con la suficiencia que le caracteriza últimamente. No empeñó más hombres en su ataque, ni buscó el área por cualquier medio. Es más, quiso hacer circular el balón por el lugar más difícil y utilizando la técnica más complicada, actitud en la que su eficacia disminuyó hasta el punto de hacer creer al público que el Valladolid podría conseguir su objetivo.

Al minuto 20, sin embargo, el central vallisoletano Caminero tomaba la pelota en su área y emprendía una veloz carrera. El aficionado local, por un instante, mostró su asombro; los jugadores madridistas dieron la impresión de haber sido sorprendidos en un acto de buena fe: Caminero corría con decisión y parecía dirigirse al área. Su aventura terminó allí donde Toshack ha previsto tres guardianes. Posiblemente ésta fue la acción más decidida del Valladolid frente a la portería de Buyo, quien tocó la pelota 11 veces, ocho de ellas para sacar de puerta, dos para atajar un par de balones hacia el área y una, solo una, para desviar a córner un disparo.

Entre la superpoblación y el amaneramiento madridista, el partido fraguó un largo aburrimiento, suspendido tan solo por esos goles psicológicos. Tres de cuatro posibles, que tumbaron al Valladolid.

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