La añoranza de un clásico
Las Parejas, mi pueblo natal, está dividido geográficamente por las vías del tren y sentimentalmente por dos equipos de fútbol.Nacer en este o en el otro lado de la vía marca mucho, pero lo que define a un hombre es elegir entre Argentino o Sportivo. Amar a uno de los dos es pasión incompleta. Para llegar a la plenitud, el hincha debe ser de Sportivo, por ejemplo, y odiar un poco a Argentino. U odiarlo mucho, si gustan las emociones fuertes. Ser y no ser, ésa es la cuestión. Se es hincha de uno y del que juega contra el otro hasta el día en que uno y otro juegan el clásico.
¿Cómo olvidar cuando mi corazón infantil, dual y primitivo ponía en marcha el amor y el odio? El pueblo entero delegaba sus pasiones en dos ejércitos de 11 hombres que combatirían, el domingo, claro, con un arma única, intercambiable y placentera: el balón.
Hasta los pobres de ánimo se entusiasmaban. Los menos arriesgados apostaban el café del lunes y los más brutos se abrían las cabezas como sandías con llaves inglesas. Es que mi pueblo es muy industrial.
Eran domingos especiales. Desde temprano los nervios pegaban saltitos en el estómago y a las cinco de la tarde la cancha era una fiesta partida en dos colores: las banderas lavadas y almidonadas, la alegría de los cantos, la provocación de algunos gritos y los tejados de las casas vecinas repletos de hinchas sin guita para la entrada.
Recuerdo noble
Era todo tan simple que empiezo a creer que, de los actuales clásicos, echo en falta lo que les sobra. En Las Parejas no había palcos que sirvieran para no invitar al presidente adversario, ni medios de comunicación para amplificar idioteces, ni referendos que amenazaran el esperado y querido momento. Aquel, mi remoto pueblo de la Pampa húmeda argentina, se alborotaba igual a la llamada del fútbol.
El recuerdo noble y grandioso que guardo de esos clásicos tiene relación con la tendencia idealizadora del tiempo y con la pureza de mi mirada niña, lo sé. Pero yo iba al fútbol agarrado a la mano adulta de mi padre, quien con ese fácil rito me transmistió su emoción. Entre nosotros y nuestros 11 gloriosos representantes sólo hay una raya de cal... y 30 años de distancia.
Eran otros tiempos. Eran los tiempos en los que el fútbol sólo tenía como protagonistas a 22 guerreros en calzoncillos que desfilaban fieramente por la hierba, en que el entrenador era decorativo y los directivos no jugaban. No saben ustedes lo bien que lo pasábamos.
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