El Madrid descalabra a un patético Athlétic
El Athlétic entregó la boleta en Chamartín de forma lastimosa. Lo hizo de entrada, sin ningún pudor, traicionando al juego y, sobre todo, a su leyenda. La claudicación bilbaína llegó escrita en una alineación medrosa, entreguista, sin clase, integrada por unos jugadores que no creían en su suerte posiblemente porque tampoco confían en la habilidad de su entrenador, Howard Kendall. La precariedad actual del Madrid, sacudido por la hecatombe europea, hizo más sangrante esta renuncia del Athlétic a su historia. El resultado sólo refleja que el equipo bilbaíno salió prácticamente ileso de un partido que tuvo todas las características de un atropello.El Madrid, que jugó con flojera durante gran parte del primer tiempo, sólo sacó pecho cuando sus rivales comenzaron a ofrecerse en toda su desnudez futbolística. El equipo de Toshack jugó casi siempre al paso, liberado de miedos, dispuesto a sellar su dominio con cualquier ocurrencia de sus jugdores. Lo raro fue que no llegaran goles inverosímiles, de rabona o así. Sería porque no se les ocurrió a Martín Vázquez, entregado a la causa de la fantasía, o a Hugo Sánchez, obseso de la experimentación en el área.
La probabilidad de conseguir goles improbables fue altísima. Como muestra quedó el tanto de Chendo, que había perdido la memoria de sus goles con el Madrid. El asunto pudo llegar a tener un carácter histórico cuando Michel picó de cabeza y con estilo perfecto un balón que se escapó junto a la madera. ¡De cabeza! Michel, que siente un terror atávico a conectar la cabeza con el cuero, estuvo a punto de hacer historia en el fútbol. Hubiera sido el último borrón del Athlétic en Chamartín.
Las condiciones del encuentro anularon cualquier análisis sobre el estado del Madrid, un paciente que exige compromisos de mayor altura para examinar su salud. Esta goleada apenas explica nada de la situación de un equipo que había perdido sus dos partidos más recientes. Derribar al Athlétic era una tarea sencíllisma para cualquier Madrid, el grande de Alfredo di Stefano o aquel abrupto y mediocre de Carcelén, Ito y Julio.
La debilidad bilbaína tampoco permitió medir las novedades tácticas de Toshack, que colocó a Chendo de lateral ante la aprobacion de la parroquia y desplazó a Schuster al centro del campo, donde vivió una no che extraordinariamente cómoda. El jugador alemán disputó el mejor de los partidos posibles, sin adversario que le vigilase, con espacio y tiempo para moverse al tran tran y con bula para levantar la cabeza y sacar balones a cualquiera que se los pidiese.
En la, grada se vivía un sentimiento piadoso hacia el viejo adversario claudicante y de complacencia por la placidez de' la noche. Recién iniciada la segunda, parte, después de comprobar que su equipo había marcado un solo gol, pero había sido convocado a medía docena más, la hinchada decidió que el encuentro permitía celebrar un refrendo general de la fígura de Hugo Sánchez. El público coreó su nombre, celebró sus jugadas y certificó el apoyo que se exige a uno de sus hijos predilectos. Hugo contestó a su manera, con dos goles y con una abierta disputa con Andújar. Fue una prueba de aprecio general por un futbolista, de la misma forma que el partido fue una muestra del patético estado de un equipo que hace nueve años despidió a su entrenador, Helmut Senekowitsch, por otro desastre en Chamartín.
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