China: contradicciones superabIes
Desde la perspectiva occidental europea, China, tanto histórica como actualmente, tiende a verse desde la simplificación, idealización o manipulación. El exotismo chino ha sido, desde muy antiguo, un punto de referencia político y literario muy constante: la lejanía y el desconocimiento, o conocimiento ocasional, motivaron mitificaciones e, incluso, favorecieron escritos utópicos. De Marco Polo a los ilustrados del siglo XVIII -con alguna discrepancia crítica, como el lúcido Diderot-, de Toynbee y Bertrand Russell a los entusiastas contestatarios europeos de los sesenta, hay toda una elaboración casi mágica por penetrar culturalmente en este ancho mundo distante de los chinos. Penetración cultural que ha precedido o coexistido con otra penetración más rentable: la económica.Muchos factores tienen que considerarse para evitar confusiones, más o menos interesadas. Su tradicional aislacionismo, las interferencias colonialistas (guerras del opio, ocupaciones territoriales, discriminaciones vergonzantes: en los clubes europeos de Shanghai se decía en la entrada: ni perros, ni chinos), las largas contiendas civiles contemporáneas (nacionalistas y comunistas), la invasión japonesa, son, entre otros, datos que no pueden olvidarse para entender esta república-imperio que hoy cuenta con más de 1.100 millones de habitantes. La adaptación conflictiva, oposición tradición-modernidad, de una ideología foránea, el marxismo, para construir un nuevo sistema social y político es , también, otro de los supuestos a tener en cuenta para aproximarse a lo que ocurre en China. Sistema político-social que, con todas las críticas que puedan hacerse, desde nuestra forma de vida y desde nuestras ideas, ha erradicado el hambre milenario y ha dado dignidad a un pueblo.
La ruptura del aislacionismo y los pasos hacia la modernización tendrán dos ejes permanentes a partir de la constitución de la República Popular: preservar la identidad nacional o plurinacional, idea muy afincada por razones históricas, y construir un modelo estatal que, partiendo de una estructura agraria feudal, construya una sociedad moderna industrializada. El maoísmo, en sus diversas etapas, de guerra civil, de fundación y consolidación políticas, de crisis tardía, consiguió encauzar este proceso de cambio global e irreversible. Pero, a mismo tiempo, aun viviendo Mao, afloraron las contradicciones: lógicas e inevitables contradicciones de todo sistema social, sea capitalista o comunista. La lógica del capital que habla Claus Offe, y la lógica del socialismo comunista descansan en un supuesto fundamental: la imposibilidad, a largo plazo, de que los sistemas se mantengan sin evolución, es decir, los sistemas pueden ser cerrados, pero se abren algún día. La sociología política norteamericana, con excepciones cualificadas, y los exegetas ortodoxos comunistas, ya en minoría, desde planteamientos diversos, fueron siempre reacios a aceptar algo que los hechos se han encargado de denunciar. Hasta hace poco, en efecto, en reuniones académicas o foros políticos, era un tópico indiscutido, utilizado a veces para mantener dictaduras de derecha, que éstas, inevitablemente, cambiaban, pero que los sistemas socialistas-comunistas eran invariables y cerrados.
¿Cuáles son, simplificadamente, estos hechos que, en el caso de China, han provocado contradicciones y tensiones?
En primer lugar, las consecuencias de una amplia reforma, iniciada hace 10 años aproximadamente, y animada de forma activa por Deng Xiaoping. Este gran personaje político, poco conocido, y al que Uli Franz ha dedicado una buena biografía, educado en Europa, vinculado siempre al partido y, sobre todo, al Ejército Popular, confinado en la etapa de la revolución cultural es, al mismo tiempo, el diseñador del modelo reformista (apertura al exterior, desarrollo económico) y el que, en estas medidas, provoca objetivamente y frena las contradicciones actuales. Zhao Ziyang, el ex secretario general apartado del poder a raíz de los sucesos lamentables de Tiananmen, pretendía resolver las contradicciones mediante un salto: la reforma económica, por su coherencia, exigía reformas políticas inmediatas y una liberalización global. "Un país, dos sistemas", sobre todo el que se va a operar en Hong-Kong, ampliarlo a otras ciudades y zonas. Supuesto éste aceptado por unos y otros, pero con matices de política económica o de corrupción.
En segundo lugar, los cambios ideológicos y políticos internacionales -Unión Soviética, Polonia, Hungría- favorecen un clima de concienciación crítica y de agudización de las contradicciones: desde la sociedad civil (mayor bienestar, exigencia de consumo, idealización del exterior, denuncia de corrupción) y desde el seno del propio partido comunista. La idea de totalidad, sin fisuras, base de la seguridad política y Civil, comienza a ser sustituida por una mayor fluidez y asumida por sectores del poder. Las aperturas provocan tensiones ideológicas y abren caminos. Partidarios del gradualismo y cambio controlado (Deng, Li) o partidarios de mayor liberalización (Zhao) discreparán en el tiempo, pero no en el fondo.
En tercer lugar, la razón de Estado encubierta por un real problema sucesorio. La desaparición, en su momento, del hombre fuerte, Deng, octogenario, produce miedos inevitables en la estructura del poder. Controlar y animar los cambios que se han producido y que se van a producir, exige una tranquilidad sucesoria. El Ejército es, así, en una sociedad política sin instituciones intermedias (con excepción del partido), la garantía para impedir eventuales desintegraciones. Por alguna razón, Deng es el presidente de la Comisión del Partido, formalmente único puesto oficial que ocupa, pero, de hecho, es el punto de referencia máximo del poder.
Las contradicciones, y sus conflictos, llevan a una situación de crisis que exige superarse. No es muy comprensible, por ejemplo, que las autoridades chinas no levanten una ley marcial innecesaria: he pasado una semana, en julio, en varias ciudades chinas, y la tranquilidad es absoluta y total. Como tampoco es comprensible que no otorguen una amnistía general. Pero, por otra parte, China, para continuar con su modernización, necesita del exterior, y el exterior, por su mercado, necesita de China. Los sucesos de Tiananmen, que son condenables, como los que ocurren en América Latina o en África, no deben ser utilizados con discriminación o farisaicamente: para negociaciones territoriales o para obtener contrapartidas económicas más favorables.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.