Jugar con fuego
LAS ALTAS temperaturas de este verano han propiciado la actuación de cuantos pirómanos, especuladores de madera quemada, buscadores de suelo urbanizable y excursionistas negligentes andan sueltos por los bosques españoles. Las cifras son elocuentes: en lo que va de año, la superficie quemada es nueve veces superior a la del año pasado (197.918 hectáreas frente a las 21.129 de 1988) y los incendios forestales han multiplicado por cinco los habidos en 1988 (7.951 frente a 1.612), unas cifras inquietantes que asolan la superficie de un país en creciente desertización.Y es que, salvo que alguna circunstancia fortuita venga a paliar la cita incendiaria anual, siguen sin modificarse las condiciones que hacen posible la progresión del desastre. Unas, las geográficas y meteorológicas, son especialmente propicias para que el fuego surja y se extienda. Las sequías prolongadas y los veranos muy cálidos se combinan con la alta combustibilidad de las especies vegetales mediterráneas y con la naturaleza reseca del suelo. Pero hay otras condiciones, las humanas, que tienen enmienda mediante la educación y la aplicación rigurosa de la ley. En el primer supuesto no sólo cabe la rectificación de conductas personales negligentes, sino la de algunas costumbres ligadas a determinadas formas de vida. Es el caso, por ejemplo, de la ausencia de tratamientos en los montes privados con el pretexto de su bajo rendimiento económico, la acumulación de leñas y combustibles vegetales en los mismos y el uso habitual del fuego como elemento auxiliar en determinados tipos de cultivo.
En otros casos, no queda otro camino que la penalización, pues no es la naturaleza sino la voluntad humana deliberada la causante del daño. De nuevo las cifras son elocuentes. Casi la mitad de los incendios forestales que se producen son intencionados, y los motivos, económicos: ocupación de pastos tradicionales por repoblaciones, obtención de madera a bajo precio, interés en adelantar el fin de los consorcios establecidos, destrucción de animales que dañan los cultivos y transformación de suelo forestal en urbanizable. A ello se une el que un 15% de los incendios se deben a negligencia de excursionistas y de quienes transitan por las zonas boscosas durante el verano.
Junto a una mejora en la coordinación de las distintas Administraciones públicas, el perfeccionamiento de los medios técnicos y el aumento de los presupuestos, existe un campo en la lucha contra los incendios sobre el que actuar: la educación cívica. No sólo es fundamental que el ciudadano adquiera conciencia del desastre que supone para España perder cada año algunos centenares de miles de hectáreas de bosque a causa de los incendios. El incendiario debe ser considerado socialmente como un enemigo público y su actuación enjuiciada sin indulgencia alguna. No se puede jugar con fuego cuando la consecuencia es la desertización galopante de España.
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