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Tribuna:EL SINDICALISMO ANTE LA NUEVA REALIDAD SOCIAL
Tribuna
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Reflexiones

Marcos Peña

Tras comentar la adaptación de los sindicatos a las nuevas condiciones sociales, entre ellas la aparición de la nueva derecha, el autor se centra en la realidad española con reflexiones "teóricas" pero que pueden ser más productivas al sindicato que el esfuerzo por descubrir la última maldad del PSOE.

Marx nos explicó el nacimiento del capitalismo. Sucedió cuando se produjeron las tres grandes concentraciones: los mismos trabajadores en el mismo sitio produciendo las mismas cosas. Miles de obreros, hacinados en enormes fábricas, producción en masa... Y ahí también nació y creció el sindicato.Capitalismo y sindicalismo, cara y cruz de la misma moneda. Jhon Lewis, combativo líder de los mineros norteamericanos, solía repetir aquello de que "el sindicalismo es tan inherente al capitalismo como la sociedad anónima". Y Trotski lo recordaba gustoso.

Muchas cosas han pasado desde entonces, las transformaciones han sido profundas. En un momento determinado, el sector terciario superó al industrial, y pasó de estar al servicio de a ostentar la hegemonía. Y hasta en el centro del corazón industrial las cosas cambiaban rápidamente, cada día había más empleados y menos obreros. Y por si esto fuera poco, un nuevo sujeto social apareció en escena: mujeres en busca de primera ocupación y jóvenes a la espera de un empleo precario. Los mercados de trabajo se multiplicaron, y cedieron los viejos y queridos contratos por tiempo indefinido. Nació el part-time, el contrato en formación, el eventual, el de nuevo ingreso, etcétera.

De repente, nuevos sujetos ingresaron en el área tradicional de representación del sindicato. Jóvenes, mujeres, parados, jubilados; ¡Dios mío!, diría Foa, existen multitud dé mercados de trabajo y al sindicato le resulta difícil hasta representar uno solo, aquel del trabajo industrial, asalariado y estable.

Dio la sensación, durante un cierto tiempo, que el sindicato no tenía por qué sufrir las transformaciones de su congénere, el capitalismo. Por él no pasaban los años, y, orgulloso, mantenía inalterada su identidad clásica. Hasta que explotó violentamente la crisis de representatividad, y los más lúcidos de sus líderes empezaron a considerar que la tarea esencial, prioritaria, casi vital, era reconquistar el poder de representación". Había que reconstruir la identidad perdida ante el "ocaso de la centralidad de la clase obrera", clase a estas alturas ya minoritaria, socialmente invisible, culturalmente oculta, políticamente debilitada...

Y por si los problemas propios fueran pocos, le tocaba ahora al sindicato nadar contra la esplendorosa corriente de la nueva derecha. No es fácil definir la nueva derecha, ni lo que ésta supone para los sindicatos.

Tres podrían ser sus características. La primera, naturalmente, la modernidad, la sirena posindustrial: "Lo que importa es el nivel de vida, hay que crecer, y después ya veremos". Lo que nos interesa destacar es la naturaleza subsidiaria que se da a lo social. Lo social, siempre, como efecto inducido. La solución a todos los problemas sociales -incluso la desigualdad- arribará un día determinado al superarse un cierto nivel de desarrollo.

Se obvia así la contradicción fundamental, surgida en el acto de la producción, las clases desaparecen y se renuncia, por tanto, a actuar directamente en este ámbito y a intentar corregir, desde él y a partir de él, las desigualdades. Modernidad decorada con un tinte justificacionista, cuando no apologético, de lo existente.

La segunda característica sería la inmediatez. Hay que reeducar a las empresas para que asuman, sin tantos problemas, el enfrentamiento social directo, sin mediaciones sindicales o gubernativas.

Y por último, nos encontramos con una nueva pedagogía popular, llamada a cancelar todas las expectativas y aspiraciones producidas en la población por el Estado social. Mire usted, la pensión mejor se la hace a medida, y la sanidad, también, y si de verdad quiere que sus hijos estudien, llévelos a un colegio privado. Hay que espabilar y sacarse uno rrusmo las castañas del fuego. Ya hace tiempo que Brecht, malignamente, decía que "si el pueblo no está de acuerdo con el Gobierno y no se quiere o no se puede cambiar el Gobierno, será necesario cambiar el pueblo".

Esto es lo que hay, y ninguna de las soluciones, de existir, parecen ser demasiado fáciles. Tres aspiraciones, en todo caso, merecerían una atención preferente: reconquistar el poder de representación, garantizar el servicio público y desarrollar una nueva cultura sindical de proyecto y control.

Ante la multiplicidad de sujetos y mercados ante esta nueva heterogeneidad, reconquistar la representatividad general es tarea que se me antoja bastante complicada. Exige, necesariamente, un trabajo, paciente y fatigoso, de identificación de los intereses de los distintos sujetos que puedan tener una mínima acogida en un proyecto sindical de clase, y, una vez inventariados, al propio sindicato le corresponderá proponer y elaborar, en su interior, una especie de pacto de solidaridad, que intente armónizar una serie de intereses queserán a menudo dificilinente armonizables.

Pero cabe también una vía más rápida; que la legitimidad perdida por abajo venga otorgada por arriba. Por concesión administrativa. Convirtiendo así a los sindicatos en una pieza más del sistema político, y a los sindicalistas, en técnicos de administración de lafuerza de trabajo. No estaría del todo mal, pero no se reconquistaría ni un pimiento; aumentaría el distanciamiento entre vértice y bases y se aceleraría la fragmentación del mapa sindical, más sindicatitos, asilvestrados, insolidarios, monetaristas...Servicio públicoNos encontramos ante un punto vital que condiciona el crecimiento del sindicato, y entre nosotros lo de crecer es una cuestión de vida o muerte.

Lo del servicio público ya hace tiempo que dejó de ser una broma. Es el objetivo prioritario, como decíamos, de las arremetidas de la nueva derecha, que ha acabado consiguiendo esa identificación social de lo privado con la bondad y de lo público con la maldad, el desatino y la dilapidación. Y ante la fragilidad cultural y política que caracteriza a lo público, parece llegado el momento de que sea el propio sindicato quien se alce como su valedor, pues a nadie se le escapa que es del salario colectivo de quien depende la calidad de vida. Es decir, el sindicato más como garante del funcionamiento de los servicios esenciales de la comunidad que como defensor de los intereses particulares de los trabajadores del área pública. Y claro, si se decide esto habrá que buscar aliados, y meterle mano al engorroso tema de la huelga en los servicios públicos. Y en estos temas -como en otros que se contemplan con sorprendente distracción, como puede ser el fiscal-, por muchas vueltas que se le dé no cabe otro aliado que el Gobierno, sobre todo ahora.

Sobre lo de la huegla conviene no dramatizar; sería bueno saber, entre otras cosas, si los servicios públicos funcionan mal porque hay muchas huelgas o si hay muchas huelgas porque funcionan mal.

Pero lo que de verdad interesa es armonizar una serie de derechos fundamentales constitucionalmente protegidos; uno de ellos -no el único- es el de huelga; también hay otros, y sería bueno que fuera el sindicato quien diera el primer paso.

Y vayamos, por último, a esa nueva cultura sindical de proyecto que sitúa al sindicato en el centro del proceso productivo y pretende controlar y gobernar las transformaciones, y no verse arrastrado por ellas.

El problema se delimita en el binomio de Rieser, el binomio alienación/control, y lo que importa es saber si en cada momento del proceso existe más control del trabajador o sobre el trabajador. Empezando por las condiciones objetivas de trabajo, habría, por ejemplo, que analizar el grado de control existente en las distintas fases: acceso a la ocupación, garantía en la ocupación, salario, horario, condiciones ambientales, contenidos profesionales, acceso a los instrumentos formativos, movilidad, etcétera. Y a partir de ahí establecer las exigencias concretas y las estrategias aplicables.

No sé, pero puede que reflexiones de este estilo -teóricas e inconcretas, si ustedes quierensean más productivas al sindicato que el esfuerzo que se desarroIja para descubrir la última maldad del PSOE.

Marcos Peña es inspector de Trabajo.

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