La aldea global
LA GUERRA que libran entre sí los gigantes de la comunicación Time Incorporated y Paramount se enmarca en la estrategia adelantada hace algunos meses por el presidente del primer grupo, Richard Munro, para quien, "a mediados de los años noventa, la industria de los medios informativos y de entretenimiento estará compuesta por un número limitado de gigantes globales. Y nosotros seremos uno de ellos".El movimiento internacional de adquisición de casas editoriales, periódicos, revistas, imprentas y productoras de cine, vídeo, discos y televisión, desencadenado hace un lustro, se ha intensificado al final de la década. El acontecimiento más espectacular pareció fraguarse en el mes de marzo con el intento de fusión entre Time Incorporated y Warner, del que resultaría un conglomerado con una facturación de 1, 18 billones de pesetas y una fuerza laboral de 30.000 empleados. Pero solamente hace un mes, Paramount lanzó una OPA hostil sobre Time por valor de 1,4 billones de pesetas, con lo que se proponía abortar la maniobra e izarse con este salto en la primera empresa de comunicación mundial. La prevista Paramount-Time generaría unas ventas anuales de 988.000 millones de pesetas, muy por encima de la corporación alemana occidental Bertelsmann, que ahora ostenta, con un volumen de negocios de 780.000 millones de pesetas, la supremacía.
Cuatro nombres de alcance transnacional -el citado Bertelsmann, el australiano nacionalizado norteamericano Murdoch, el francés Hachette y el británico Maxwell- dirigen hoy el mercado de las comunicaciones mundiales. En su seno se editan y producen toda clase de artículos de información y entretenimiento. Los norteamericanos, que reaccionaron con demora a las fusiones en el sector de la comunicación, frenaron, sin embargo, los pasos a Sony cuando, tras atribuirse por 2.000 millones la compañía discográfica CBS, pretendió hacerse con la filmoteca completa (1.000 películas) de la Metro-Goldwyn-Mayer-UA, pero no evitaron, entre otras operaciones, que Rupert Murdoch sumara a su imperio la 20th Century Fox y siete estaciones de televisión norteamericanas, además de la millonaria guía televisiva TV Guide y la editora Triangle Publication. Los norteamericanos, de los que Time, Warner o Paramount son ejemplo, actúan ahora con la energía proporcional a su potencia y a la categoría del envite.
Porque el panorama será efectivamente en unos años el de una aldea de comunicación global regida por un puñado de titanes. Las horas de ocio ante el televisor, el tocadiscos, el libro, la radio o las revistas estarán gestionadas por media docena de centros empresariales, y buena parte de su contenido, por necesidades de la producción a gran escala, deberá ser homólogo y valerse de los efectos sinergéticos de los plurimedia. Quiere esto decir que desde ahora mismo una sinopsis argumental, por ejemplo, puede producir un libro, pero también el libro puede ser serializado para la radio y la televisión, ser la base de un guión para un filme al que acompaña una música cuya melodía se difunde por discos, casetes o videoclips, que se promociona en las revistas y periódicos del grupo, que se interpreta por los conjuntos musicales encuadrados en la supercompaftía y que es juzgado por los críticos empleados en los media adscritos a la multinacional.
¿Nos encontramos, pues, al fin de la cultura diferencial por fuerza de las exigencias de la producción a gran escala? ¿Hemos llegado a la culminación de la industria de la conciencia, tan temible por sus efectos de uniformización ideológica sobre las masas? La cuestión suscita todo tipo de polémicas. Los últimos años han demostrado, tanto en el ámbito de la persuasión política como en la comercial, que la masa dista mucho de ofrecer una plasticidad a los deseos del emisor. No sólo se trata del "capital cultural", según Touraine, que la sociedad ha adquirido a través de la extensión de la escolaridad y que le permite una posición crítica; se trata también de que los gustos previos del receptor son los que se imponen al emisor o, como poco, actúan en una decisiva dialéctica con éste.
Ni la Comisión Federal de Comunicaciones, que trata en Estados Unidos de impedir poderes oligopolísticos en el mundo de la comunicación, ni la acción de los demás Estados nacionales han contrarrestado suficientemente la tendencia a la concentración, pero la misma diversificación social y las culturas diferenciales están actuando de correctivo a lo que podría temerse como una homologación de los valores y el gusto a escala planetaria. El mundo de los multimedia -su crecimiento y estructura de funcionamiento está desarrollando en todo caso una clase de biosfera cultural que por su radical novedad y por su importancia, cuantitativa y cualitativa, obliga a revisar las concepciones y los métodos con los que se ha venido analizando y juzgando el fenómeno hasta el momento.
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