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¿Qué vamos a elegir el día 15?

Seguramente es inevitable que en estas elecciones al Parlamento Europeo predominen las querellas sobre cuestiones internas y se hable poco de Europa. Algo parecido ocurre en los demás países de la Comunidad Económica Europea. Además, aquí todavía no tenemos un sistema de fuerzas políticas claramente consolidado, seguimos inmersos en la dinámica de grupos que se rompen y se recomponen, de minorías que se escinden y de representantes que se llevan el escaño en sus traslados y contribuyen a formar mayorías con votos destinados a impedirlas. En consecuencia, cada elección es una prueba, un ensayo de ruptura, de composición o de recomposición con la vista puesta en derrotar al único grupo político que se mantiene estable en el conjunto de España, es decir, el Grupo Socialista. Y así seguiremos, seguramente, hasta que el sistema se estabilice definitivamente.Pero una vez reconocido esto hay que decir inmediatamente que la estabilización de nuestro sistema de partidos políticos pasa y pasará cada vez más por su homologación con los sistemas de partidos del resto de la CE. Y esto es lo que está en juego en las próximas elecciones.

Las elecciones al Parlamento Europeo se celebran todavía con circunscripciones nacionales o estatales, con sistemas electorales diferentes, porque la integración europea no ha avanzado todavía lo suficiente como para poderlas celebrar con un mismo sistema y en un espacio político único. Pero cuando los diputados elegidos en cada país llegan al Parlamento Europeo no se integran en grupos nacionales, sino en grupos políticos e ideológicos de ámbito europeo. En el Parlamento Europeo no hay un grupo español ni un grupo francés, etcétera. Tampoco hay grupos nacionales dentro de los grandes grupos políticos y, por tanto, no hay ningún grupo de socialistas españoles o de demócratas cristianos italianos o de nacionalistas catalanes, etcétera.

Por tanto, lo que vamos a elegir el próximo día 15 es si en el Parlamento Europeo habrá tal o cual mayoría política, si el grupo más importante seguirá siendo, como es ahora, el Grupo Socialista o no, si la democracia cristiana tendrá más peso o menos, si los liberales, si los comunistas, si los ecologistas, si la extrema derecha, etcétera, subirán o bajarán. O sea, vamos a decidir qué fuerzas políticas van a dirigir la Europa comunitaria entre ahora y 1993; en la fase decisiva en que desaparecerán las fronteras y las aduanas, avanzaremos hacia una ciudadanía única y se definirá el modelo político y social de una Europa que, hoy por hoy, sólo es un mercado común.

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Y aquí es donde surgen los problemas de homologación polífica a que antes me refería, porque en España las fuerzas políticas que se presentan a estas elecciones sólo en parte coinciden con los grandes grupos del Parlamento Europeo. Si un ciudadano español quiere, por ejemplo, que en Europa haya una mayoría socialista, no tiene mayor problema: le basta con votar al PSOE, porque éste forma parte, efectivamente, del Grupo Socialista en el Parlamento Europeo. Pero si otro ciudadano quiere que en Europa haya una mayoría democristiana, lo tiene más difícil, porque con esta etiqueta sólo se presentan dos grupos nacionalistas, PNV y Unió Democrática de Catalunya, a su vez integrados en dos coalicciones nacionalistas o regionalistas. El otro pretendiente a la etiqueta, el Partido Popular, ha estado integrado hasta ahora en el grupo de los conservadores británicos de la señora Thatcher y ahora quiere cambiarse, pero no está claro si lo va a poder hacer, porque los otros dos grupos se oponen y además tienen muy poco o nada en común entre ellos. Si un tercer ciudadano quiere apoyar a los liberales, tendrá que votar al CDS, cuyos diputados estaban en otro grupo en la anterior legislatura, o a Convergéncia i Unió, pero sabiendo que los que salgan elegidos por esta última coalición catalana se dividen luego en Bruselas, pues unos van con el Grupo Liberal y otros con la democracia cristiana. Si un cuarto ciudadano quiere mayona comunista, tiene aquí vanas candidaturas, aunque una claramente destacada sobre las demás, como es Izquierda Unida-IC. Hasta ahora los diputados comunistas españoles se integraban en el mismo grupo que los comunistas de los demás países europeos, pero a partir de ahora la cosa es más problemática, dada la insalvable distancia que se ha producido entre los comunistas italianos, por un lado, y los franceses y los portugueses, por otro. Y en cuanto a las demás candidaturas, su destino en Bruselas puede ser muy diverso, desde los grupos explícitamente conservadores y el de ultraderecha hasta el grupo Arco Iris y el de no inscritos u otros que se puedan formar, de uno u otro signo.

Basta con esta simple descripción de la situación para comprender que la homologación política de los partidos y grupos españoles es muy desigual, en algunos casos muy contradictoria y en otros imposible. Pienso, por ejemplo, en los partidos nacionalistas que ni pueden formar un grupo propio en el Parlamento Europeo ni podrán formarlo nunca, porque jamás coincidirán en unos proyectos políticos que, por definición, no tienen alcance europeo. Por consiguiente, tienen que quedarse al margen o pedir sitio en grupos no nacionalistas, con el riesgo de que les ocurra algo tan peregrino como lo que les ha ocurrido a los diputados nacionalistas de Convergéncia Democrática de Catalunya, obligados a formar parte de un grupo como el liberal, que se caracteriza por su hostilidad hacia los moviiráentos nacionalistas y que ha impedido hasta ahora el reconocimiento de un determinado nivel de oficialidad de la len.gua catalana en la CE.

Pero no sólo se trata de un problema de homologación. En realidad, lo que se va a discutir en los próximos años es qué modelo político y social se va crear en la Europa unida, si un proyecto neoliberal en el que el que gana gana y el que pierde pierde y queda librado a su suerte, o un modelo que intente mantener y desarrollar en el nuevo espacio político europeo una auténtica política de desarrollo social, de igualdad, de lucha contra los desequilibrios territoriales hoy existentes, de protección de los derechos, de fomento de las asociaciones cívicas, de cooperación, de lucha contra el subdesarrollo en Europa y en todo el mundo, etcétera. Y lo que es evidente es que en un mundo que está cambiando de manera tan acelerada y en una Europa que se dirige hacia la unificación, hacia la superación de fronteras y de compartimientos estancos, sólo tendrán capacidad de influir y de dirigir las opciones políticas de alcance europeo, los partidos y fuerzas homologables con partidos y fuerzas del mismo signo en el resto de Europa, los partidos y fuerzas que no se encierren en espacios reducidos provenientes del pasado.

Hoy las grandes empresas ya son multinacionales. Los partidos políticos, los sindicatos y las organizaciones sociales, todavía no, o sólo lo son en parte. La construcción de Europa nos obliga a cambiar de perspectiva, a ver las cosas con una óptica distinta. Por eso el problema de la homologación de nuestros partidos políticos, de nuestros sindicatos y de nuestras entidades sociales con los demás países europeos es un problema fundamental, no sólo para el futuro, sino para el presente. Más exactamente, es ya el problema fundamental de las elecciones del 15 de junio.

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