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Tribuna
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¿DOS?

Con el implacable bronceado progresivo de Taylor-Burton quedó inaugurado anoche el ciclo dedicado a la pareja (que, como no incluye guardias civiles, no ofrecerá El crimen de Cuenca) con que Televisión Española va a obsequiarnos para suceder a Redford. Supongo que son ustedes conscientes de que para sustituirle a él tienen que recurrir, martes tras martes, al aliciente de dos estrellones juntos. Es mucho Robert. Sin embargo, no es de ese gran hombre de quien les quiero hablar, sino del hecho incomprensible de que todo el mundo parezca creer, y eso desde luego es culpa de Hollywood, que la pareja es cosa de dos.La más mínima experiencia en el asunto, que afortunadamente casi todos poseemos, sirve para saber que, cuando dos se encuentran, entra en colisión una multitud. Sólo a un simplificador electrónico programado directamente por el profesor de glúteos de Arnold Schwarzenegger se le ocurriría lo contrario. Así como Doris Day pasaba por la almohada de Rock Hudson llevando en el tul ilusión la sombra de Tony Randall, cualquiera que haya practicado la esgrima o el puñal, incluso el cañonazo, en ese juego más divertido que es el amor, habrá incorporado a sus células tantas réplicas como interlocutores válidos -y a menudo inválidos- haya tenido.

Dígame, querida lectora, cuántas veces se ha sorprendido en pleno inicio de aventura fumando el cigarrillo de después y recordando cómo fumaba otro, por no hablar del tema comparación de medidas. Y usted, paciente lector, ¿no tiene catalogado en la memoria del cielo del paladar exactamente la variedad de alientos ajenos con los que enfrenta el descubrimiento de un nuevo beso en la boca?

Ni siquiera Gilda es una historia de pareja: hay un tercero en discordia que vale muchísimo la pena, que es George Macready, celoso de no se sabe quién. Y como colofón, despedida y cierre: el mejor dúo amoroso de la historia del cine es el formado por Jack Lemmon y Walter Matthau en La extraña pareja. Y no está en el ciclo.

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