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Tribuna:OFICIO DE PASEANTES
Tribuna
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El Madrid exaltado

La exaltación es un entusiasmo endiosador. Quizá para divinizarse también ellos, los madrileños inventaron unas extrañas fiestas que se llamaban romerías y verbenas, siempre celebradas invocando algún santo, es decir, un pequeño dios cotidiano, popular. Suelen coincidir estos festejos con la primavera, cuando la tierra florece en su máximo esplendor, y duran hasta el final del verano.Los madrileños acudían a la romería de san Isidro, que pintó Francisco de Goya como una mascarada trágica, y también una descansada y virtuosa algarabía. Tiene lugar el 15 de mayo en la pradera que lleva el nombre del labrador perezoso, entre la orilla derecha del Manzanares y las iglesias de san Justo y san Isidro.

La fiesta consiste en beber agua milagrosa, comprar botijos y cacharros pintorescos, hacer sonar pitos estridentes, bailar, beber vino, cantar desaforadamente. Es la originaria exaltación de la vida que se expresa como entusiasmo. Ya decía Unamuno: el que es capaz de entusiasmo llega a endiosarse, sintiéndose una pequeña divinidad dionisiaca.

Es entonces cuando los hombres, rodeados de la naturaleza rica de promesas y abierta en exaltada vibración, dan salida a la fuerza poderosa de la pasión que coexiste con una ternura profunda: el amor. Y se desbordan arrebatados, como en tránsito, durante esta romería de san Isidro. Trágica es la existencia de estos seres que pintó Goya, porque la pasión escondida puede llegar hasta la exaltación o locura desesperada, como exigencia poderosa por encima de la quietud íntima del amor.

Y continuaban celebrándose romerías para que los madrileños pudiesen vivir el entusiasmo. Así, la del Trapillo, el 25 de abril, que veneraba a san Marcos en la misma ermita del evangelista, situada en la Puerta de Fuencarral (actualmente glorieta de San Bernardo). El nombre de esta romería proviene de los que acudían a ella, pues "iban cubiertos con andrajos sobre una gruesa película de mugre adherida a la piel".

El primero de mayo se conmemoraba la de Santiago el Verde, ante la ermita de san Felipe y Santiago, en el Sotillo, alameda que unía la Puerta de Toledo con el Portillo de Embajadores. Esta romería reunía a todas las clases sociales, desde los reyes hasta el más pobre de los madrileños. Allí se bebía, cantaba y bailaba sin freno.

La verbena de san Antonio se celebraba, y sigue celebrándose, el 13 de junio, cuando la primavera estalla en su máximo esplendor y en el aire se respiran olores que despiertan los sentidos de su sosiego invernal. Los jóvenes estudiantes que acudíamos a esta verbena madrileña, exaltados por la florida ribera del Manzanares, creíamos que era posible realizar el sueño de Hölderlin: la comunión total con el universo.

Verbena de san Juan

Dice el poeta alemán, en Hyperión, que para llegar al todo, a la identidad, es necesario armonizar el mundo interior, fuego secreto del alma, con la vibración cálida de la vida. También era fiesta de devaneos amorosos o pasiones vivas la verbena de san Juan, en la noche del 23 de junio, a orillas del Manzanares, que la precedía y anunciaba una lluvia de cohetes.Luego se festejaba la de san Pedro, el día 29 de junio, y se sucedían la Virgen del Carmen, Santiago, san Lorenzo, la Virgen de la Paloma y, por último, la Melonera, el 8 de septiembre, donde, en medio del bullicio, se oía gritar: "¡Aquí somos todos uno!", cumpliéndose fugazmente la utopía de unidad de los hombres por el vino de la exaltación.

Se acaban las fiestas y queda el recuerdo de esa dicha pasajera, porque "sólo a veces soporta el hombre la plenitud divina. / Sueño de ellos es después la vida", nos recuerda Hölderlin en su elegía Pan y vino. La exaltación es efímera como las fiestas y las orgías vitales.

¿Qué hacer ante tamaña crueldad del destino? Caben dos soluciones: resignarse tristemente, apagándose en la melancolía, o hablar mucho, muchísimo, con palabras esclarecedoras que van descubriendo el horizonte de todo aquellos que existe.

Pero hay hombres que no aceptan vivir sin esos instantes exaltados; sufren la ansiedad y se lanzan a la búsqueda de un bien permanente o dicha soleada, definitiva. "La belleza es lo uno, originalmente unificador" (`Heidegger). Para evitar caer en la desesperanza que crea el fin de la exaltación, aguardemos el advenimiento seguro de la primavera y la alegría de sus verbenas madrileñas.

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