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Reportaje:

A Fleet Street se le para el corazón

Los poderes financieros sustituyen a los periódicos en la popular calle londinense 'de la tinta'

Son las ocho de la tarde y la calle está desierta. Los pubs languidecen con cuatro parroquianos y las puertas de todos los edificios llevan ya tiempo cerradas. El enorme reloj de la fachada de columnas egipcias está parado. No hace aún mucho que el reloj daba la hora a quienes, con prisa, entraban y salían del edificio. A las ocho de la tarde de la época en que el reloj funcionaba los camiones empezaban a ocupar la calle y la actividad no cedía hasta bien entrada la madrugada. Fleet Street, el corazón de la Prensa británica, ha dejado de latir.

Los dos periódicos del grupo Express acaban de evacuar su sede en Fleet Street, un característico edificio de brillante fachada negra art nouveau, para trasladarse al otro lado del Támesis. "Es muy triste", dice un nostálgico Ashley Walton, corresponsal real del Daily Express. "Lo peor del abandono de Fleet Street es la separación de los colegas. Ya no es fácil reunirse en los bares e intercambiar ideas". Los encargados de apagar la luz de Fleet Street, el próximo mes de agosto, serán los periodistas del Mail, cuya redacción va a estar en Kensington, todavía en el centro de Londres, pero ya no paredeña con los lugares en que se toman las decisiones. Porque lo que dio lugar a que Fleet Street se convirtiera en la calle de la tinta era su situación como vía natural de comunicación entre los dos polos del poder: la City, el poder del dinero, en el Este, y Westminster y Whitehall, el poder político, en el Oeste.El adiós a Fleet Street tiene múltiples causas, aunque el detonante fue la legislación sindical de Margaret Thatcher, que permitió a las empresas hacer frente a las prácticas gremiales antieconómicas de los trabajadores de los talleres. Cuando Rupert Murdoch, al amparo de esa legislación y en un golpe estratégico maestro, trasladó durante un fin de semana de principios de 1986 sus títulos a los Docklands, abrió con violencia una brecha por la que se colaron todos los periódicos de la mano de la revolución tecnológica, de la que tan necesitada estaba la anticuada prensa británica. En tres años han sido despedidos unos 15.000 trabajadores de talleres y los periódicos han comenzado a dar dinero a espuertas.

Desahogo para la City

El terremoto coincidió, además, con la expansión de la City, que encontró en la inmediata zona de Fleet Street el área natural de desahogo. Los viejos edificios de los periódicos han sido vendidos por cifras multimillonarias a grandes consorcios que levantan en los solares inmuebles con lo último en tecnología de la construcción o conservan las fachadas de los edificios singulares, como el imponente del Daily Telegraph, el del reloj parado, mientras por detrás construyen las oficinas que han de ocupar abogados y financieros que trabajan para la City. Sólo el edificio de Reuter, Chronicle House y el International Press Center acogen a algunas agencias de noticias y corresponsales extranjeros, muchos de los cuales se han sumado a regañadientes a la diáspora.Los pubs del dédalo de callejuelas que rodeaban a Fleet Street son las más claras víctimas del éxodo de los periódicos, ahora repartidos por Londres. Ye Olde Cock, The King & Keys, The Harrow, The Cockpit son testigos de que Fleet Street era tanto una cultura de la tinta como del alcohol.

Algunos pubs, los menos, eran terreno neutral. Los restantes eran una sección más de los periódicos, "a los que llegaban los directores con su corte de amiguetes, como una banda de Al Capone", en palabras de Ronnie Payne, un veterano del Dady Telegraph. "En los pubs se intercambiaban noticias, se conseguían nuevos detalles de las historias que uno estaba siguiendo, y todo ha comenzado a desaparecer", se lamenta Walton.

Las pantallas en las redacciones, los telefax, las moquetas, la ergonomía del diseño han creado fuera de Fleet Street unas redacciones más asépticas, ordenadas y limpias, fiel reflejo del nuevo tipo de informador. "Los periodistas de hoy no son tan coloristas como los de antaño, hay más grisura, ya no se bebe tanto; ahora la gente pide agua mineral, algo que si hacías antes te costaba el despido", recuerda Walton. Max Hastings, director del Telegraph, es menos lírico. "No siento ninguna nostalgia por Fleet Street", dice en su nueva oficina de los Docklands. "Representa la vieja tecnología, un periodismo cada vez de menor calidad, mala gestión, falta de beneficios. La mayoría nos sentimos entusiasmados con la posibilidad de deshacernos de esos sistemas medievales. Nunca pensé que la cultura de El Vino fuera una gran contribución al periodismo. El períodismo es hoy una profesión mucho más sobria".

Abogados y financieros

El Vino es un bar-restaurante de Fleet Street al que acudían desde los legendarios editores a las decenas de directores que en Fleet Street han sido. Hoy son más abogados y financieros quienes ocupan sus mesas, aunque en la sucursal homónima abierta junto al puente de Blackfriars siguen reuniéndose algunos periodistas apegados a la desesperada a los viejos hábitos de Fleet Street. Es en reuniones de este tipo cuando la melancolía se apodera de los contertulios y fluyen anécdotas y personajes de otros tiempos. Como la de aquel épico enviado especial, envidiado por su colegas por llevar una contabilidad equiparable a la de nuestro Gran Capitán. "Una vez presentó en una cuenta de gastos: compra de un camello, algo que hoy podrían ser 500 libras (unas 100.000 pesetas)", recuerda Nigel Dempster, del Daily Mail. "En el periódico, que llevaban tiempo queriéndole pillar, le dijeron que el camello pertenecía a la empresa y que tenía que entregarlo, a lo que él respondió con otra factura: entierro del camello, 230 libras".Las carcajadas acogen la historia, quizás apócrifa, pero verosímil entre unos personajes que en la justificación de gastos encuentran el complemento a unos sueldos que consideran insuficientes. "El periódico no nos paga lo suficiente porque sabe que le engañamos con los gastos, y nos permite que le engañemos porque sabe que, si no, no podríamos vivir", explica un veterano informador.

Junto a El Vino, la iglesia de St. Bride sigue siendo la iglesia de los periodistas, y junto a su altar mayor, una foto y unas líneas recuerdan y piden una oración por John McCarthy, un periodista británico secuestrado en Líbano hace ya más de tres años. Cuando John vuelva, St Bride será lo único que quede del Fleet Street que él dejó.

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