Los 16 primeros repiten hoy la tercera vuelta al invalidarse sus resultados a causa de la lluvia
Una fuerte tormenta obligó a suspender ayer la tercera jornada del Masters de Augusta durante casi una hora como medida de prevención contra los rayos. Al cierre de esta edición, los organizadores decidieron que los 16 primeros jugadores, tras la segunda vuelta, disputasen hoy la tercera en su totalidad, haciendo caso omiso de los hoyos que hubiesen recorrido de ésta, al considerar que las circustancias climatológicas habían tenido una notable Influencia en el desarrollo de su juego. El estadounidense Ben Crenshaw, que era el líder en el momento del parón, se vio perjudicado directamente por esta determinación, al no servirle de nada la buena tarjeta que estaba presentando. Jose María Olazábal sí había podido cubrir la vuelta completa, y con su tarjeta de 70 (220 o +4, en total) se presumía que subiría bastante en la clasificación.
Cuando se tomó la decisión de detener la andadura, Crenshaw se estaba convirtiendo en la gran esperanza de los estadounidenses para que el 53º Masters se quede en casa y los extranjeros no puedan presumir de que, por vez primera, las victorias se han repartido entre unos y otros a lo largo de un decenio (en el de los 80, que ahora concluye, la ventaja de aquellos es de cinco a cuatro). A sus 37 años, Crenshaw, tan simpático que no regatea sus sonrisas y sus saludos al público, incluso si tiene motivos para estar enfadado, pasa por ser el mejor pateador. Al menos, esa es la opinión del mismísimo Ballesteros. Este detalle y el de que ya probaba en 1984, cuando se anotó el éxito absoluto, que es capaz de resistir la presión del último día respaldaban su frustrado liderazgo.Severiano Ballesteros también caminaba con la seriedad a cuestas. La irregularidad se había fijado en él y estaba alternando los aciertos con los errores: dos birdies y tres bogeys. Aquellos, en el hoyo 2 después de sacar la pelota de una trampa de arena con su ya clásica maestría, y en el 4. Estos en el 1, en el que no atinó en un put de un metro; en el 5, cuando envió la bola más allá del green, y en el 7, en el que tampoco tuvo suerte. En cualquier caso, su candidatura se mantenía firme con tantas banderas por delante. Como la de Faldo, que había empezado con el pie izquierdo de un doble bogey y que después tenía en su agenda dos birdies y un bogey.
Hasta la aleta del tiburón australiano Greg Norman (suele lucir un sombrero con la miniatura de tan voraz escualo) estaba asomando. Su +1, después de haber iniciado la marcha con un +5, hacía subir su cotización para, al fin, luego de haber estado en un tris de conseguirlo en 1986 y 1987, tener la parejita de torneos del Grand Slam en su palmarés, en el que apenas puede exhibir el Open Británico aun rivalizando constantemente con Ballesteros al frente del ranking mundial. Este es un factor que molesta bastante al cántabro, que se siente agraviado por la complejidad del sistema que se sigue para confeccionarlo (se valoran los resultados obtenidos en el trienio y las competiciones puntúan más o menos según su propia importancia y la de los Jugadores que hayan intervenido en ellas) cuando el criterio general le califica a él como el auténtico número uno.
"¿Pero qué es lo que ha alcanzado Norman?", acostumbra a preguntar y preguntarse Ballesteros, que responde y se responde a sí mismo: "Tuvo un año bueno, el de 1986, y nada más. En su país, como carece de adversarios cualificados, gana a menudo. Pero en el circuito norteamericano no ha logrado más victorias que yo pese a que él juega con asiduidad y yo lo hago esporádicamente. No comprendo cómo se le alaba tanto. Debe de ser que es un buen publicista y vende muy bien su imagen. Lo cierto es que hace una gran vuelta en cada certamen. Pero, ¡qué casualidad!, lo normal es que sea la última y cuando ya está descartado para el primer puesto". En el Masters de 1988, en efecto, Norman se despidió con unos espléndios 64 gopes, a uno del récord, en posesión del zimbabuense Nick Price desde 1986. Ayer, con seis birdies y dos bogeys terminó con 68.
Olazábal
Satisfecha su deuda consigo mismo, la de eludir la eliminación, Olazábal jugó más relajado. Eso le permitió mostrar más firmeza en sus lanzamientos y su buen oficio para resolver esa serie de problemas derivados de las circunstancias. Una repentina ráfaga de viento en contra interrumpió la parábola que estaba describiendo ,su bola hacia el green del 7 y la hizo caer a plomo sobre la arena. En el 8 una loma muy pronunciada le impedía ver la bandera cuando se disponía aproximarla a ella. En el 9, por cuestión de centímetros, no superó una pendiente y se deslizó lejos del agujero cuando parecía que iba a quedarse muy cerca de él. Sin embargo, supo salvar el par en todos ellos. Su único desliz se produjo en el 17, en el que calculó mal la distancia que separaba su pelota del objetivo y se pasó. Un bogey, pues, por tres birdies, en el 2, el 11 y el 12, que pudieron tener algún compañero más. En definitiva, está en disposición de asegurarse una plaza entre los 24 primeros, lo que le supondría la invitación automática para regresar a Augusta el año que viene y, lógicamente, con más experiencia.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.