Un nuevo pacto del partido con UGT
Un significado dirigente de la Unión General de Trabajadores, que tiene claro desde hace tiempo adónde quiere ir, afirmaba que si los sindicatos fuesen fuertes no habría habido huelga general.Paradójicamente, el protagonismo sindical de los últimos meses es, a su vez, la confirmación de la debilidad de los sindicatos en tanto que tales, porque ha evidenciado la ausencia, al menos en la práctica, de un modelo sindical congruente con la evolución de la sociedad española, y la falta de entrenamiento para la acción sindical tal como ésta se entiende en los contextos democráticos más desarrollados.
El éxito político de los sindicatos para articular como contestación al Gobierno un descontento social difuso y generalizado no se corresponde con un poder análogo de representación estable de intereses y colectivos bien definidos a los que luego las cúpulas sindicales pudieran vincular a sus decisiones y compromisos.
Pero, sobre todo, el trance de los últimos meses pone de manifiesto otra debilidad del desarrollo de nuestro sistema político: los sindicatos han sido hasta ahora organizaciones excesivamente subordinadas a estrategias políticas, para bien y para mal.
Curiosamente, toda la fuerza que exhiben o insinúan es justamente ese poder político amasado a la sombra de su subalternidad. De Comisiones Obreras depende la supervivencia del movimiento comunista en España; de UGT, probablemente, que el PSOE pueda mantener su hegemonía en las actuales condiciones.
Desde una explicable inercia de lo que han sido hasta ahora las relaciones entre PSOE y UGT, algunos viven e interpretan lo ocurrido simplemente como un conflicto interno del partido.
Creen que de este impasse y del actual embarazo se sale aumentando la cuota de poder del sindicato dentro del partido y su influencia en el Gobierno. Confiar en ese trámite para la solución del conflicto me parece ingenuo o erróneo.
En primer lugar, es impensable retrotraer las relaciones entre la dirección del PSOE y la Unión General de Trabajadores a aquel concierto práctico, que funcionó hasta hace unos años, en virtud del cual la distribución de funciones entre partido y sindicato representaba un reparto de poder pacífico y fácilmente regulable. Es, al mismo tiempo, improbable que cualquier estrategia de ocupación, destinada a producir un vuelco en una u otra dirección, tenga alguna posibilidad de éxito o sea algo razonable.
En segundo lugar, y es lo importante, en las actuales circunstancias, es una obviedad que, desde una perspectiva sindical, el estilo lenihista que en Comisiones practica el PCE o la práctica tradeunionista, según la cual el sindicato impone la política al partido y al Gobierno, resultan modelos anacránicos; pero también hay que estar dispuestos a reconocer que el sistema de relaciones que hasta ahora ha mantenido el PSOE con UGT ha agotado su ciclo histórico.
El sindicato no será ya, simplemente, el brazo sindical del partido, ni sus estrategias se resolverán en clave interna, según la lógica del funcionamiento orgánico del partido.
Reclamar la autonomía
La UGT, ciertamente, ha sido una creación del PSOE. Ha sido éxito de éste transformarla en una potente organización que quebró la hegemonía comunista en el campo sindical, dando lugar al florecimiento de una estrategia sindical diferenciada y congruente con la tradición socialdemócrata. Pero por razones muy diversas, algunas ajenas a intereses específicamente sindicales, y que se refieren más a la frustración por el desinterés del partido por la acción sindical, por la merma de la influencia del sindicato en el partido y ante el Gobierno, UGT ha decidido reclamar su autonomía.Este ejercicio de autoafirmación se ha representado de una forma tan atropellada que está poniendo en peligro la propia identidad estratégica de la Unión General de Trabajadores, y de ser prácticamente una organización interior al PSOE ha pasado a ser el verdadero escollo para su hegemonía política.
De seguir las cosas como hasta ahora, presiento que podría perderse tanto la oportunidad de afianzar un proceso de carácter reformista como la de consolidar un modelo de sindicalismo razo nable y actual, ambas cosas con venientes para, afianzar hoy una cultural democrática en España.
Idea de un pacto
Por eso lanzo la idea de la realización no ya de un armisticio, sino de un pacto que refundara las relaciones entre la Unión General de Trabajadores y el PSOE sobre nuevas bases. Algunos de los supuestos de dicho acuerdo podrían ser los siguientes: en primer lugar, reconocimiento mutuo del agotamiento del sistema tradicional de relaciones, y, en tanto que organizaciones autónomas e independientes, ni el partido ejercerá una tutela estratégica sobre el sindicato, ni éste actuará como instancia de legitimación política del primero.En segundo lugar, puesto que comparten un horizonte ideológico análogo y una concepción sindical en virtud de la cual los sindicatos son considerados organizaciones intermedias fundamentales para el desarrollo de estrategias de concertación y de la democracia económica, acuerdan el apoyo mutuo, político y sindical, respectivamente, para la ejecución de programas destinados al perfeccionamiento de la acción sindical en la empresa, el aumento de la capacidad de prestación de servicios de carácter social y asistencial por parte de los sindicatos.
Igualmente, acuerdan aumentar la participación de los sindicatos en la gestión de la producción, en la reinversión de los beneficios, en las políticas de reparto del trabajo disponible y en la definición de las prioridades de las políticas económicas más globales.
El reto que los últimos acontecimientos han puesto delante de los socialistas es. doble: en primer lugar, hacer que la voluntad de autonomía de la Unión General de Trabajadores no sea un camino hacia el suicidio, sino una prueba de madurez democrática que permita consolidar un sindicato socialdemócrata y de concertación; en segundo lugar, encontrar el procedimiento para renovar el compromiso y la lealtad mutua en el convencimiento de que sin hegemonía política socialista no terminará arraigando en España la impronta reformista que ha caracterizado en Europa a la tradición del socialismo democrático, y que hace factible aquí la implantación de una democracia fuerte.
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