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Elogio de la política

Joan Subirats

Estamos asistiendo a un curioso espectáculo por el cual la política repele incluso a quienes la practican. Parece como si la modernización y europeización, tantas veces pregonadas, hayan venido de la mano de un renacimiento del papel de las opciones técnicas o del canto a la vía privada como solución a los problemas de la colectividad.Resultaba cuando menos sorprendente leer las declaraciones del vicepresidente del Gobierno cuando aludía a su práctica política como si fuera un accidente en su evolución personal y profesional. Pero es que días atrás Pilar Miró afirmaba: "No me gustan los políticos", como si de pronto se hubiera dado cuenta de su existencia, o como si ella no hubiera estado ejerciendo una labor visiblemente política. Suárez renunciaba al encuentro que Fraga solicitaba porque, según su opinión, la entrevista tenía "matices políticos" (sic). Unas semanas antes, el ministro Barrionuevo afirmaba sin recato que en el conocido como contrato del siglo de renovación de material ferroviario no había habido presiones políticas. Ya sólo faltaba que el decano del Colegio de Ingenieros de Caminos de Cataluña nos dijera, refiriéndose a la preparación de los Juegos Olímpicos en Barcelona, que "no hay tiempo para hacer más política" porque ha llegado el momento "de tomar decisiones", justo el día en que miles de vecinos pedían más inversiones en dos o tres barrios distintos para paliar los efectos de las obras olímpicas y cuando se reconocía desde los poderes públicos que era imposible atender al mismo tiempo a todas las demandas.

La evolución política, económica y social de los últimos tiempos ha ido conduciendo a que la disposición a obedecer al poder constituido, su legitimidad, proceda más de la creencia en la racionalidad del mismo con respecto a los objetivos o los resultados que afirma perseguir que a la fidelidad a una ideología o a unos valores concretos. En unos momentos en que la fragmentación de los intereses, el entrecruzamiento de lógicas de actuación social muy distintas, se hace evidente, el poder político pierde buena parte de su capacidad de globalizar el discurso y ha de recurrir a imágenes como las del -cambio, la modernización, el europeismo como vías en las que encajar una práctica política de corte incrementalista y básicamente coyuntural, que responde como puede a los problemas con que va tropezando.

En un contexto como el nuestro, con una clase política formada con el apresuramiento y las ilusiones de la transición (y por lo que se ve sin mucha vocación), y con una sociedad muy poco artículada, la tendencia ha ido siendo la tecnificación del discurso político como vía para evil ar ,ntrar en el terreno de la reaintermediación social que implicaría repartir juego y asumir Ios riesgos de un menor contrel global del proceso decisional. Así, las distintas opciones pc iticas que se van tomando, sobre todo en materia económico de política intemacional, se nos presentan generalmente como "la única alternativa posible". La incapacidad o el miedo a la intermediación, al consejo, acaba convirtiendo en arrogante o prepotente una práctica política que más bien resulta poco profesionalizada y temerosa en el acometer una verdadera política de anticipaciórt y de proyecto político que vaya más allá del juego propagandístico o del instrumento de cohesión partidista.

La política, entendida como mecanismo que permite distribuir leyes y dinero conciliando o lidiando con diferentes intereses er presencia, buscando constantes equilibrios, y hacer todo el o de manera pública, resulta ir dispensable. Sobre todo en un contexto cada vez más completo, en el que se multiplican los grupos en presencia, mientras sus objetivos se van haciendo cada vez más micro.

No pude confundirse la política con la retórica a que se nos tiene acostumbrados, ni tampoco a los políticos con una especie de profetas hipócritas y sectarios. Probablemente una buena parte de los problemas procede de una concepción tomista que postulaba un juego político parecido a unos ejercicios espirituales y en el que sus protagonistas deberían demostrar constantemente que están limpios de toda culpa. El gobernante i e nos presenta en ese cuadro idílico como un ser excelso, frugal, humilde (y al que pronto se le exigirá también castidad), que se ha de esforzar para perseguir un bien común que, en cambio, cada quien define según sus intereses. Los políticos, son simplemente personas como las demás, que por espíritu de servicio a veces, por ansias de poder otras, o simplemente por necesidad, desempeñan una labor socialmente útil.

Otra cosa es, y en eso sí que podríamos estar de acuerdo, que esa labor podría mejorar sustancialmente si a los motivos que les inducen a seguir la carrera política les añadiéramos unas buenas dosis de formación específica que evítara la tendencia al abandono cuando, por ejemplo, surgen la incomprensión o las críticas desde dentro a una labor que "los de fuera" valoran muy positivamente.

La democracia y los políticos que la sirven y que se sirven de ella deben mejorar su capacidad de adaptación al cambio, su capacidad de soportar tensiones y retos que se multiplican. Y para ello se debe situar en primer término la capacidad, de perfeccionamiento y aprendizaje, de probar y corregir, de mejorar, que la democracia corno sistema posee, y que debemos también exigir a sus políticos. No queremos decir con ello que hemos de volver a una dinámica en la que la política lo cubra todo. La política, con su simple mecanismo. binarío ("conmigo o contra mí"), no puede acometer la empresa de querer controlar una realidad mucho más rica y creativa. De hecho, los límites de la política deberíamos buscarlos en lo que son sus mismas fuentes de legitimación. Si lo que valoramos de la política es el papel que desempeña en el proceso de transacción y de intermediación social, no podemos ni prescindir totalmente de la política ni pretender que la política lo domine todo. La evolución democrática parece que irá exigiendo un tipo de política y de políticos que sepan trabajar de manera conjunta con lo que son las raíces mismas de la innovación social, sin afán de protagonismo o de control absoluto. Hablemos sin miedo de los límites de la política y de los políticos, evitemos su constante ansia de maximizar sus funciones, pero valoremos su capacidad de organizar la cooperación entre actores, recursos y racionalidades distintas. Denunciemos sus abusos y, por qué no, su falta de escuela y de oficio, pero apreciemos su labor como indispensable en un contexto que se mueve con rapidez hacia la fragmentación.

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