Caza de brujas
"¿Qué? ¿No es para llorar que hombres de una secta incurable, ilícita, infame, se ensañen contra los dioses? Una hez infecta, un manojo de ignorancia y de mujeres crédulas por la debilidad de su sexo componen esa turba sacrílega y sediciosa cuyas reuniones nocturnas, sus ayunos rituales y su extraña forma de alimentarse aseguran la cohesión no por un acto religioso, sino por una perversidad impía".No, no se trata de la parlamentaria Pilar Salarrullana salvando nuestras conciencias en el Congreso de los Diputados; es la voz de Cecilio, personaje del Octavio de Minucio Félix, autor cristiano del siglo II, al que éste hace eco de las calumnias que se vertían contra los cristianos.
Uno se ve obligado a parangonar. Roma declinaba, y los poderes fácticos veían contubernios judeomasónicos a la usanza en todas partes.
No estamos en Roma, pero no deja de ser grave que en un país donde la tolerancia religiosa ha brillado siempre por su ausencia se inicie una caza de brujas enmarcada por comisiones parlamentarias y apoyada por cierta prensa.
Aún no hay hogueras-hogueras, cuya factura de leña habría que pasarle a la secta que ha impuesto su escala de valores a sangre y fuego desde el siglo XV.
No se trata de hacer resonar acordes de venganza, pero sí de exigir que se cumpla el derecho que se supone que la Constitución nos garantiza de expresar como a uno le venga en gana su sentimiento religioso.
Si la religiosidad oficial está en crisis, debería darle que meditar a la religiosidad oficial, pero no desatar campañas de intoxicación y difamación con dudosos intereses de clientelismo.
Indudablemente, quien comete un delito debe pagarlo, pero a nadie se le ocurre considerar criminales a todos los católicos porque algunos, que los hay, creo, se dediquen a violar, asesinar o especular con vidas, almas y haciendas.- Mario Coll.
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