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La transición en los partidos

Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona

Casi 12 años después de las primeras elecciones democráticas el sistema español de partidos sigue en transición. Hoy todavía estamos asistiendo a los intentos de alumbrar algún partido en el área socialista, a los estertores de otro de expiración cristiana, así como a no pocas recombinaciones, procesos de unidad, refundiciones y refundaciones.Durante bastantes años los partidos políticos han vacilado en la determinación de sus señas de identidad. Después de una fase de exaltación ideológica, muchos de ellos se han reblandecido en sus convicciones y han llegado a poner sordina a sus principios inspiradores. El abandono en un cierto momento del leninismo por parte del PCE, del marxismo por el PSOE o de los principios del Movimiento por parte de la derecha planteaba cada vez en forma más acuciante la búsqueda de nuevos referentes distintivos.

La mera personalidad de un líder parece revelarse, por otra parte, insuficiente en la medida en que hasta los muy identificados con unas siglas (por ejemplo, Santiago Carrillo, Adolfo Suárez o Manuel Fraga respecto del PCE, UCD y AP) se han podido apartar de ellas por razones diversas.

Durante mucho tiempo la dificultad de orientación de los electores no ha sido pequeña, debido, entre otras cosas, a la discordancia entre el discurso político y la realidad. Muchas fuerzas políticas procedieron, en algún momento de la transición, como el cuco, poniendo en un nido los huevos y dando en otro sus gritos. Si a esto unimos la cantidad de partidos fugaces, con nombres efímeros, de miniaturistas de partido, bonsais políticos, tinglados ad hoc, partidos transbordador (justo para pasarse al adversario), de operaciones varias de suma o resta y sobre todo de división y diversión, fácilmente se comprende la perplejidad del público en general a lo largo del espectáculo.

Hoy, sin embargo, parece que vamos llegando a una tímida clarificación con ciertos visos de normalización. En estos momentos puede decirse que la era de las fundaciones ha fenecido: el sistema de listas cerradas y bloqueadas, el modelo vigente de financiación pública de los partidos y las reglas de acceso a la televisión constituyen obstáculos prácticamente insalvables para la creación de nuevas fuerzas políticas.

Se tiene la impresión de que ya no hay más cera que la que arde y que sólo cabe la mutación, la transformación o la escisión de los partidos existentes.

Este proceso de adaptación fue recorrido antes que nadie por el PSOE en un camino que le llevó desde Suresnes a la Moncloa, de la edad de la pana a los fastos del poder y del discurso ético al pragmatismo gradualista. El PSOE actual se parece poco al de 1976, pero tiene bastante similitud con otros partidos socialdemócratas y socialistas europeos que pasaron a su Bad Godesberg varios lustros atrás. La relativa disminución de su electorado, que ya empieza a apuntarse, guarda también cierto paralelismo con la implantación electoral de un partido de esta naturaleza en una sociedad como la nuestra.

En el centro, después de la voladura de UCD y del poco edificante ejemplo en conductas y trayectorias, la realidad va mostrando que es el CDS de Adolfo Suárez el que va a aglutinar este espacio político, clave para inclinar la balanza en las contiendas electorales. Su integración en la Internacional Liberal, por sorprendente que a primera vista parezca, tampoco resulta especialmente chocante en comparación con otros partidos europeos que vienen cumpliendo una función política semejante.

Por su parte, en el área de la derecha, una cierta adaptación parece que ha comenzado. Alianza Popular, su principal exponente, había cambiado poco a lo largo de todos estos años. Se parecía al ente parmenídeo, perpetuamente idéntico a sí mismo. Pero ahora, en los últimos días, AP se ha refundado. Ha sido refundada, para mayor paradoja, por su propio fundador.

Todo ello podría ser un acontecimiento de primera magnitud, aunque hasta el momento no se sabe demasiado bien en qué consiste. Conviene decir que la palabra refundación. no figura en el Diccionario de la Real Academia, aunque sí la de refundición. Hay quien cree que puede tratarse justamente de eso: de refundir a conservadores, liberales y democristianos en un solo partido, volviendo a una forma unificada de la deshecha Coalición Popular. Otros pueden pensar que refundar es como colocar una funda nueva. Otros, en fin, que es el cambio mismo del nombre la esencia de la refundación. Antes había Alianza Popular, ahora Partido Popular; quizá como antes había enfermeras, hoy ATS; antes porteros, hoy empleados de fincas urbanas; antes peritos, hoy ingenieros técnicos, así cuantos se quiera.

Sería lastimoso que la refundación se quedara en eso, en la órbita de un mundo permanentemente lampedusiano, con su espectros del pasado, o el "Plus ça change, ça reste la même chose", que dicen nuestros vecinos.

La transición en el sistema de partidos no creo que pase el cabo de las tormentas mientras no llegue plenamente a la derecha española, lo que probablemente supone una articulación distinta a la actual, integradora de las fuerzas regionalistas hoy dispersas y coordinada en una otra forma con los partidos nacionalistas existentes. Esa articulación bien hecha y bajo un, orientación clara encontraría, fácilmente homologaciones naturales en otros países europeos y liberaría, por cierto, más a si derecha un espacio electoral sin duda limitado, pero bien distinto al de los partidos populares europeos.

El sistema europeo de partidos, con las modulaciones propias de cada país (y que en España viene dado por la singularidad de los nacionalismos históricos), presenta entre el comunismo a la izquierda y las posiciones de extrema derecha al otro lado del espectro una gama fundamental de tres opciones, socialista democrática, centrista liberal y popular, que bien podrían constituir la meta de esta particular transición de los partidos.

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