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La balcanización de la política

Si se llevara a cabo un análisis de textos sobre los miles de artículos escritos desde que tomó posesión el Gobierno socialista, probablemente la palabra más usada resultaría ser "arrogante". ¿Tiene eso algún significado?.Según la Real Academia Española, "arrogante" es el participio activo del verbo arrogar, que significa atribuirse o apropiarse, y se aplica a cosas inmateriales, como jurisdicción o facultad. "Arrogante" tiene, además, otras tres acepciones al ser usado como adjetivo: a) altanero, soberbio; b) valiente, alentado, brioso; c) gallardo, airoso.

María Moliner ilustra la primera acepción así: "Se arrogaban el derecho de acuñar moneda". Arrogante es, para esta autora, alguien "orgulloso o insolente", y también, "apuesto, de elevada estatura y hermosa presencia"; la ambivalencia parece contagiar a todos los derivados de ese verbo ambivalente.

La palabra más usada en esta época tiene, pues, varios significados. Uno de ellos es inherente al poder constituido, ya que, para serlo, tiene que arrogarse las atribuciones que le son propias. Los restantes significados pueden resumirse: decidido y altivo.

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Así se explica lo extendido de su uso, en parte tautológico. Es como si todos dijeran que el poder es el poder y luego unos apreciasen lo positivo y otros resaltasen lo negativo. El problema deriva de la ambigüedad de la palabra empleada, que facilita el cambio impremeditado entre sus distintas acepciones: se crean asociaciones de ideas sobre la base de las acepciones tautológica o positiva para pasar sin solución de continuidad a la acepción peyorativa. El lector no avisado suele caer en la trampa.

Los comentarios que siguen no están escritos, sin embargo, con el ánimo de exculpar a los socialistas de la imputación de haber ejercido el cargo "tratando a otros con desprecio o falta de respeto", aunque no con despotismo, que son las notas distintivas de la arrogancia en sentido peyorativo, según Moliner. Cuando la imputación ha calado tan profundamente seguramente es que el río agua lleva.

Lo que sucede es que hasta las denuncias legítimas que tratan de corregir esos comportamientos reprochables se insertan hoy en una corriente general de imputaciones, no tan bienintencionadas, que se basan incluso en comportamientos perfectamente justificados y que ha adquirido una contundencia y logrado aparentar un grado tal de generalidad que induce a la conclusión, tan errónea como injusta, de que ésa es la característica principal de esta época. De lo que aquí se trata es de indagar las causas de aquella corriente general.

Estas causas, a mi juicio, hay que buscarlas en el origen mismo de la situación: es la primera vez en la historia que los socialistas gobiernan en España de forma estable, y además lo hacen en solitario. porque tienen mayoría absoluta. Esto último es casi tan novedoso como lo primero e implica el mandato, por parte del electorado, de ejecutar un solo programa de gobierno, sin mezclas, pactos o alianzas. La imagen solitaria del poder resulta inevitable, y entre la imagen de soledad y la de altivez existe tan sólo una tenue frontera, sobre todo en los españoles, como escribió Stendhal.

Lo menos que puede decirse de esta situación es que resulta chocante para los grupos sociales que tienen a su disposición mecanismos de poder distintos del poder político del Estado democrático. Durante toda la etapa final del franquismo, e igualmente durante la transición, tales grupos de poder se encontraron ante un poder ejecutivo débil, con necesidad crónica de llegar a acuerdos y componendas para asegurar la gobernabilidad del Estado. Tal situación facilitó la defensa de los intereses de los más poderosos y mantuvo incólumes sus privilegios. Esa carencia -pues no de otra cosa se trataba- es presentada ahora como la virtud por excelencia que debe exigirse a todo Gobierno democrático. ¿Tan pronto se ha olvidado que ésa fue la causa de la posposición de las políticas para luchar contra la crisis, o de la actitud claudicante en nuestra política exterior, e incluso del envalentonamiento de los sectores involucionistas, que condujo al 23-F?

Resulta ilustrativo de los fines políticos que se persiguen el que en la Prensa más genuinamente de derechas se lean diatribas contra la arrogancia que presuntamente conduce al Gobierno socialista a ignorar los intereses de los débiles y, para corregirla, se recomienden estrategias tendentes a socavar sus apoyos y terminar con su borrachera de poder. No hay nada de ilegítimo en que los conservadores ataquen al Gobíerno socialista. Lo que resulta dudoso es que para hacerlo recurran a argumentos tan burdos. Y es todavía más preocupante que el reflejo antiautoritario de la izquierda española dote de alguna credibilidad social a argumentos tan falaces.

La existencia de un poder ejecutivo fuerte y con apoyos sólidos es condición imprescindible para soportar la acción equilibradora del Estado en favor de los débiles, ya que los resultados del funcionamiento autónomo de las fuerzas del mercado y los desequilibrios naturales juegan siempre en beneficio de los individuos más fuertes de la sociedad. La debilidad del Gobierno, sobre todo cuando éste es de izquierdas, favorece exclusivamente a los que esperan del Estado poco más que el mantenimiento del orden público. Diluir el poder del Estado o repartir el poder, como a veces se dice eufemísticamente, equivale a fortalecer la capacidad de actuación de los poderes fácticos de todo tipo. En ese sentido, anular al Estado, que fue el objetivo político del anarquismo histórico y que todavía tiene un cierto predicamento ideológico entre la izquierda latina, es ahora uno de los principales objetivos políticos de la derecha española.

De hecho, lo óptimo para ella sería conseguir el poder y ejercerlo en solitario, pero ese objetivo resulta hoy inalcanzable. Por el momento se conformaría con el mal menor de erosionar la cohesión de la mayoría absoluta para dificultar la aplicación del programa socialista y, a ser posible, forzar al PSOE a gobernar en coaliciones que debiliten su capacidad de acción e impidan que el Estado despliegue todo su papel potencial. Esto sería ya de por sí un éxito de la derecha, ya que cuanto más balcanizado se encuentra el Ejecutivo más inoperante resulta su actuación, con lo que objetivamente se favorecen los intereses de las bases sociales de la derecha política. Además, cuanto más inoperantes resulten los Gobiernos de los demás más fácil le resultará a la derecha fortalecerse políticamente y hacer arraigar su ideología en la sociedad. Y a medida que lo logre podrá aspirar a gobernar, siquiera sea en coalición y amalgamando Gobiernos multicolores del estilo de los pentapartidos italianos.

El ejemplo paradigmático de todo ello es el país trasalpino, en donde el bloqueo político tradicional conduce a la formación de Gobiernos cuya característica fundamental es la lotización. Ésta consiste en el arte de formar lotes equilibrados con las poltronas ministeriales y los altos cargos para distribuirlos entre los partidos que participan en su formación. Esto hace que la adopción de decisiones para la transformación de la sociedad se eternice en el pacto permanente a múltiples bandas y que resulte problemática y lenta. Pero, eso sí, ningún partido se ve obligado a claudicar de sus principios. Los que están en el Gobierno, porque sus concesiones están hechas en aras a la gobernabilidad y a evitar la crisis política, tan frecuente corno inevitable, ya que cada cual la maneja cuando le conviene, sin que tan siquiera se le pueda probar responsabilidad en ella. Y los comunistas, que nunca están, porque no ven necesidad alguna de renunciar a nada, dada la escasa probabilidad que tienen de gobernar. De esta manera, Italia, que es una de las sociedades europeas con mayor proporción de ciudadanos que votan a la izquierda radical, es al mismo tiempo aquella en que las fuerzas libres del mercado y los poderes sociales fácticos actúan con mayor libertad y menor número de restricciones. ¡Paradojas de la política de principios!

Algo de eso parece que se pretende también en España, pese a que la experiencia que tuvimos con la UCD no debería producir demasiada nostalgia. Por eso nadie lo defiende abiertamente, pero parece que algunos núcleos bastante influyentes lo desean. No deja de ser una forma vergonzante de propiciar la victoria de las fuerzas de derecha, sin apoyar descaradamente su programa ni a sus organizaciones políticas.

Lo que no queda claro es en qué medida puede coadyuvar a todo ello la actual confrontación entre Gobierno y sindicatos, si éstos la llevan hasta el acoso indiscriminado. Si la pugna no se mantiene en un terreno que resulte asumible por el Gobierno socialista dentro de su programa, su contribución a los objetivos que se persiguen resultará nula, o más bien contraproducente. Porque lo que está por completo fuera de lo político y económicamente viable es la presencia de los comunistas en el Gobierno con un programa común con el del PSOE. No hay más que echar un vistazo a nuestra tradición, al programa del PCE y al fracaso de la experiencia francesa, única en Europa.

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