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Laughlin Phillips

Los colores de Renoir, Van Gogh, Monet, Cézanne, Bonnard

Nació hace 64 años en Washington. Está casado y tiene dos hijos, aunque su esposa aportó a este matrimonio otros cinco niños. Tras abandonar la universidad, ejerció 15 años como diplomático Y estuvo destinado en Irán. Trabajó después en Prensa, y en 1979 pasó a dedicarse por completo al cuidado del tesoro heredado de sus padres. Es un hombre privilegiado porque puede decir: "Cuando me siento preocupado, me gusta Renoir. Contemplar su Almuerzo en el río me serena". Pertenece a una familia especial.

Las dos primeras décadas de este siglo significaron la edad de oro del coleccionismo estadounidense. Buena parte de las fortunas de millonarios como Morgan, Altman y Frick se invertía en obras maestras. En Washington, la familia de un comandante de la guerra civil, Duncan Phillips, que se había retirado de la fabricación de cristales, se interesaba por la pintura norteamericana del momento.En 1916, los dos hijos, Jim, joven banquero mercantil, y su idealista hermano, Duncan, persuadieron a sus padres para que dedicasen cada año 10.000 dólares a la adquisición de obras de arte. Comenzó a forjarse así una de las colecciones privadas más importantes del mundo, con más de 2.000 obras, priricipalmente de finales del siglo pasado y comienzos de éste. Una pequeña muestra fue inaugurada el miércoles en el Centro de Arte Reina Soria de Madrid.

Duncan Phillips hijo, casado con la pintora Marjorie Acker, dio un ímpetu arrollador a la colección. En 1920 decidió mostrarla al público abriendo un museo en su propia mansión familiar. Los últimos 20 años, la colección ha pasado a manos de Laughlin Phillips, nieto del fundador, quien desea crear una fundación pública para gestionar tan valiosos fondos.

"De mi padre he heredado la intuición para distinguir las buenas obras y el amor por el alma de los artistas, por su forma especial de captar la realidad y su carácter individualista. De mi madre, aunque era pintora, el sentido práctico". La familia, eminentemente burguesa, de Laughlin Phillips siempre ha rendido culto al individualismo. En los pintores ha encontrado la representación perfecta de quien se cultiva a sí mismo y cultiva la belleza.

"La colección tiene una personalidad, una coherencia entre sus obras que no es sencillo ver. Mi padre tenía dos criterios claros: las nuevas formas de expresión y quienes habían sido sus precursores, como Delacroix, Goya o el Greco, y el gusto por el color. El conjunto está marcado por el color más que por el concepto. Por eso no está representada en ella el surrealismo".

"Predilección por pintores no tengo. Cuando te acostumbras a trabajar tanto con las pinturas, acaban gustándote todas. Además, aunque no tengo talento de artista, estudié un año pintura y eso me ayuda a comprender y apreciar cada obra". Los alegres colores de Bonnard, los ingenuos de Miró y Matisse, las gamas pardas de Paul Klee, el estallido cromático de Kokoschka. Las pinturas desprenden, como Phillips, cierta melancólica elegancia. Modigliani, el Mediterráneo de Coubert, la piel de Ingres, el acantilado de Monet, la luz de Manet, los amarillentos tonos del atormentado Van Gogh.

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