Petrovic triunfó en Bilbao
SANTIAGO SEGUROLA, Drazen Petrovic se ofreció en Bilbao con toda su grandeza, amparado por ese poder devastador que aniquila la suerte de sus rivales. La Casilla, que se había resistido a admitir la magia del yugoslavo, se rindió definitivamente en el último minuto, cuando lo que sucedía en la pista era anecdótico. El Madrid había cobrado una renta definitiva y el Cajabilbao esperaba satisfecho la conclusión del partido. En esas, Petrovic se hizo con el balón, avanzó con rapidez hacia la canasta y pareció lanzarse hacia el cesto, sin nadie frente a sí. Entonces decidió que aquella no era forma de sellar su noche. Se detuvo, miró y encontró la frontera de los tres puntos. Lanzó y encestó. En esa nimia jugada se puso de manifiesto el material que sostiene a Petrovic: el instinto asesino, el sentido emocional del juego y la capacidad para lograr sus objetivos. El público aplaudió con timidez, primero; luego, ovacionó al genio.
El yugoslavo sumó 42 puntos, acertó en el 64% de sus lanzamientos y cobró seis rebotes. Este dato de los rebotes no es superfluo. El Madrid acusó una gran debilidad en los rebotes ofensivos. Esta carencia insospechada en un equipo que juega con tres hombres de más de 2,05 colocó en situaciones ventajosas a Cajabilbao, que consiguió innumerables canastas fáciles. Bien, incluso en esta tarea de la pelea bajo el aro, Petrovic se mostró demoledor. Atrapó cuatro rebotes ofensivos -fue el mejor de su equipo en este aspecto- y los rubricó con las subsiguientes canastas. Y por extensión, resquebrajó la confianza de los bilbaínos en su fuerza bajo los tableros.
Petrovic jugó con extraordinaria eficacia, con intensidad, una virtud que no fue común entre sus compañeros. Quizá Petrovic se sintiera motivado por la presencia de Iturriaga en las filas enemigas, y quizá sus compañeros no encontraran suficientes motivos de estímulo. El caso es que Petrovic sostuvo a su equipo mientras el resto jugaba a tirones frente a un Cajabilbao que mantuvo la compostura hasta que Bryant abandonó la pista. Después, el Madrid usó con corrección los elementos favorables para abrir la brecha en el marcador. Pero ese no fue un mérito excesivo. La tarea del héroe la había cumplido Petrovic, ayudado por su incomparable destreza.
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