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Crítica:'GATOS EN EL TEJADO'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ejemplo de la no ocurrencia

Las series de vida cotidiana con escenas humorísticas y una gota de ternura suelen ser atroces remedos unas de otras; y añoranzas de lo inglés o de lo americano. Gatos en el tejado entra de lleno en esa condición; lo que el espectador siente ante ella es que al guionista no se le ha ocurrido nada ante el encargo, pero ha seguido escribiendo sin darse cuenta; y que el director no ha sido capaz de advertir esa falla de su colaborador y ha comenzado a rodar sin la menor sospecha de que su propia imaginación estaba adormilada.Detrás de esto hay otra sospecha más grave: la de que directores, realizadores o escritores no piensan nunca en la televisión más que como una forma de ganarse el pan y el whisky y si alguna vez tienen algo parecido a una idea la reserven para otro tipo de creación que tenga más prestigio público -como el libro, el cine o incluso el pobre teatro, al que ya nadie quiere dar tampoco sus buenas ideas- mientras dedican a la televisión los frutos de su nada.

Más extraño es que la organización de la casa funcione en su favor: que los encargados de la admisión y la aceptación, los que conceden los presupuestos y los medios, no tiemblen ante un guión o un piloto, o un proyecto, y le den todos los medios y le concedan un buen espacio en la programación. Entre todos suelen creer que el público es una masa gris -no la del cerebro, naturalmente- con tendencia a la estupidez, a la que se engaña con unos supuestos chistes, con unas situaciones de la cepa originalista (es decir, la invención de absurdos posibilistas en la vida cotidiana) y unos buenos nombres de actores, que son los que dan la cara.

Los actores, ya se sabe por la historia, trabajan en todo lo que les den. No están los tiempos para desperdiciar. Pero ocurre que lo mal inventado y lo mal encajado se centra en ellos, que son personas de carne y hueso, y que, por buenos que sean, gritan desesperadamente la injusticia con que se trata a sus personajes. José Sacristán es un gran actor, que tiene la desgracia -aunque sea una ventura económica de estar todo el tiempo ante la cámara: salvo los dos monólogos que hace representando a un caricato (humorista, se dice ahora, dando demasiada nobleza a la palabra), no puede evitar el encarnarniento de un ser estúpido, como le pasa a Alberto Closas. Talentos desperdiciados. Las apariciones de Emma Cohen son más breves y están en el terreno de lo episódico, gracias a lo cual puede comunicarles más ternura, más belleza, más sensibilidad. Lo mismo puede decirse de un largo y caro reparto: perdido, en este caso para la dignificación de la televisión.

Algo que demuestra cada semana Gatos en el tejado y que confirman, en menor medida, otras series: en menor medida, sin duda, porque se les ha dedicado menos atención, menos trabajo, menos dinero y, por tanto, no han exigido que sus creadores se empleen a fondo, que es lo peor que puede pasar cuando el fondo es un amasijo de tópicos, de ideas recibidas, de recuerdos de vodevil, de mal entendimiento de la vida actual, de tópicos, de sorpresas que ya no sorprenden a nadie. Mal asunto.

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