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Pedro Aguirre

Devorar el cabaré, vivir la poesía

No. El nombre de Pedro Aguirre no funcionaba en Francia. Su pronunciación resultaba un lío nada comercial. Por eso decidieron cambiárselo por Pedro Ávila. Después de esa nimiedad sólo faltaba triunfar. Pedro Aguirre nació en Tánger en 1940. A los 20 años se marchó a París a cantar. Su voz y su capacidad para hacer amigos lo abrieron a la aventura. Comenzó en un cabaré de los Campos Elíseos. Continuó cantando los textos de poetas. Ahora, más reflexivo, regenta un restaurante mexicano en Madrid.

"Siempre me ha gustado la naturaleza y el mar, y sin embargo siempre he vivido en los centros de las ciudades". A Pedro Aguirre le gusta practicar la pesca submarina y recordar cómo devoraba la vida en su juventud.Cuando fue a París encontró un hueco en la orquesta de El Micado, local donde se rodó El último tango en París. Era un niño de 22 años cantando boleros y tangos en medio de un ambiente cargado. "Impresionante. Había muchos chulos apostando todo por ligar alguna chica recién llegada de provincias. Desde el escenario te dabas perfecta cuenta de todo".

De allí pasó a una orquesta que actuaba en los pueblos, a un club de vacaciones en Grecia y a un cabaré de los Campos Elíseos. "Al club llegaban mujeres, gánsteres, policías y tipos chiflados. Una noche llegó un hombre que invitó a champaña y caviar a todos. A la mañana siguiente salió en los periódicos porque acababa de asesinar a su esposa". Pedro Ávila, sin embargo, llevaba una vida bastante sana. Por el día montaba a caballo y daba clases de canto y ballet.

Una amiga que bailaba una exótica danza en el Folies Bergère lo animó a que se presentara al Moulin Rouge. Desde pequeño había soñado con aparecer en un espectáculo rodeado de muchas chicas bonitas. Lo vieron moverse en el escenario, le escucharon cantar. Y dio la talla. Durante tres años representó Fascinación, una revista hecha a su medida en la que se cambiaba 12 veces de traje. Él estaba encantado.

En 1966 conoció al poeta Ángel González y comprendió qué era lo que realmente le gustaba cantar. Comenzó a poner música a poemas, y en 1969 editó su primer disco, con textos de Miguel Hernández, Alberti, Blas de Otero y Ángel González. Tras una temporada en Brasil, regresó a Europa y la encontró triste y gris, "llena de corbatas".

Tuvo la oportunidad de marcharse de nuevo a América, a México, con una productora de cine. El viaje, previsto para durar unos dos meses, se alargó 12 años. Hasta 1985. Allí grabó tres discos más, con poemas de Pablo Neruda, Octavio Paz, Pedro Garfias. Se hizo popular en la radio y en la televisión, y consiguió amistades como la de Juan Rulfo.

De repente lo deja todo. Viene a España y la encuentra tan cambiada que decide quedarse. El año pasado grabó Acariciado mundo, sobre 12 poemas de Ángel González. Quiere "cantar, cantar", pero ahora dedica casi todo su tiempo a un restaurante verde y blanco de comida mexicana, lugar de reunión de escritores y políticos, expresión de una de sus más claras señas de identidad: su amor por la gastronomía.

"Buscando una canción", dice en uno de sus discos, "me encuentro con mi vida; que trabajo la luz, el aire, el viento. Pero mi corazón se quedó en ello".

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