Reynolds ganó la guerra a los 400 metros
El plusmarquista habla de dolor para explicar la crueldad de su prueba
Butch Reynolds detesta correr los 400 metros. Es un odio viejo, incubado en la adolescencia durante sus días como velocista en el instituto Hoban de Akron (Ohio, EE UU). Desde entonces acostumbra a referirse a esta carrera en términos bélicos. Considera que es una prueba inhumana e ingrata, cruel como la guerra. Y para explicar lo que siente cuando corre dice: "El dolor es como poner las manos encima de la cabeza y mantenerlas todo el día sin poder dejarlas caer porque si no, pierdes la vida".
La hazaña de Reynolds -mejoró el añejo récord de Lee Evans (43.86 segundos), establecido en 1968, y lo dejó en los umbrales de lo imposible (43.29)- ha puesto de manifiesto su portentoso talento natural. Alto, 1,93 metros, y poderoso, 81 kilos, une el músculo a la clase. En una prueba como los 400 metros, que rebasa de largo la capacidad del hombre para prolongar su velocidad máxima, Reynolds es capaz de soportar un ritmo trepidante durante 300 metros y acelerar en la última recta cuando la deuda de oxígeno aniquila la zancada de los atletas. Esta acción comienza a conocerse en el mundillo atlético como el turbo de Reynolds.A pesar de su enorme prestigio en las pistas, la progresión de Reynolds ha sido lenta. Su carrera deportiva ha estado plagada de lesiones y dudas -"después de tantas decepciones, he conseguido el sueño de mi vida"-. En el instituto prefería jugar al baloncesto junto a su hermano Jeff, otro destacado especialista en la prueba de 400, y, aunque estaba considerado como el mejor cuatrocentista escolar de Ohio, no tuvo la oportunidad de ingresar en una de las grandes universidades norteamericanas. Sus malas notas le llevaron al Butler Comunity College, una remota y poco acreditada universidad de Kansas.
Sus registros comenzaron a ser esperanzadores y le permitieron alcanzar la semifinal en las pruebas de preselección para los Juegos Olímpicos de los Ángeles 84. También mejoró en sus estudios y pudo ingresar, en 1985, en la Ohio State University, el centro que había acogido a Jesse Oweris. Su calidad dejaba adivinar un previsible plusmarquista mundial, pero su fragilidad física le impidió incrustarse entre los mejores especialistas.
Su irrupción tuvo lugar el pasado año. En una lluviosa y fría jornada de abril, aquel desconocido marcó un registro de 44.10 segundos, el mejor tiempo mundial a nivel del mar. Durante las siguientes semanas ratificó aquella marca. Aconsejado por Gordon Baskin, agente de Edwin Moses, aceptó la lluvia de contratos que llegó de Europa. La avidez perdió a Reynolds, que llegó cansado y sobreesforzado -y también enfermo: sufrió el mal del turista- a los Mundiales de Roma 87, donde sólo pudo obtener la tercera plaza.
Este año ha roto con Baskin y ha programado con sensatez la temporada. A pesar de que una lesión estuvo muy cerca de apartarle de las pruebas de preselección olímpicas, Reynolds ganó su plaza para Seúl con un registro (43.93) que anunciaba la formidable explosión del pasado miércoles, el día que ganó la guerra de los 400 metros. Él siempre quiso ser "una fuerza dominadora, brillar, ser el mejor". Ya lo es.
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