Amores, ambición y arribismo

Sobre el papel -y el papel puede ser, si se desea, la novela de Richard Powell en que la película se basa-, La ciudad frente a mí es una obra crítica sobre una ciudad -o una sociedad- corrompida por la ambición, el arribismo, el dinero, las ansias de poder y la necesidad de dominar todo y a todos.En esa infecta esfera del ser cae nuestro protagonista, un hombre al principio puro, contaminado por los buenos sentimientos y el amor y, al final, siguiendo la ruin trayectoria del trepa, encarnizado depredador. La mitología del triunfo y el fracaso, sobre el papel también, es la espoleta que activa este drama, que apuesta a las claras por el primero de los destinos mentados, caiga quien caiga por el camino.

Sobre el celuloide, que es ya de otra química que el papel, la película explora esos caminos de bajeza rindiéndose, antes que al concepto, a los más trillados postulados del folletín. La ciudad frente a mí conserva ahí sus mejores valores, pues un equipo notable de actores barniza las imágenes con su magnetismo.

Rutinario

Lo demás es rutinario, tan rutinario como acostumbra a ser la obra de su realizador, Vincent Sherman, cineasta para todo, capaz de un buen melodrama como Vieja amistad -según la novela de John van Druten que también originó el último filme de Cukor, Ricas y famosas-, un rnusical como La dama de Trinidad, un western como Estrella del destino, una de capa y espada como El capitán de Castilla o aquella biografía pretendidamente culta que fue Cervantes, con Horst Buchoiz como el joven Miguel, un manco más de espanto que de Lepanto.