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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Maestras comedias

El éxito de público alcanzado por To be or not to be en su reposición de hace algunos años de mostró la vigencia del humor de Ernst Lubitsch, un humor que durante varias décadas se situó en la cúspide del género y aún no ha sido superado ni lo será: basta con ver esos ejércitos de estudiantes universitarios y policías académicos que hoy constituyen la avanzadilla de la comedia po pular para certificar la muerte sin catalepsia posible de aquel estilo único. Cierto que ha sembrado sus influencias en el campo de la ironía como pocos las han sembrado, pero la recepción actual de ese virus malévolo, pícaro, endemoniado y epicúreo que alzó sus obras maestras permanece encerrado hoy en el gueto de los connaiseurs y los exquisitos, cama turca en la que también duermen Presto Sturges, Gregory La Cava, Howard Hawks y otros ilustres forjadores de arte supremo.Televisión Española inicia hoy un amplio recorrido por la filmografia sonora de este maestro inigualable del buen cine. No ha habido narices -se entiende- de dar a conocer su magnífica producción muda, tanto su inicial etapa alemana -títulos de oro con Pola Negri, Ossi Oswalda y el siempre excesivo Emil Jannings-, como su posterior incursión americana -con Rosita, la cantante callejera o Los peligros del flirt, como cimas de un arte visual innovador y supremo-, y se empieza con una de sus características operetas de acento centroeuropeo interpretadas por Jeanette MacDonald y Maurice Chevalier, aunque aquí, en Montercarlo -de 1930, y su segunda película parlante, si descontamos su participación en la coral Galas de la Paramount-, no es el eterno caballero del cannotier el protagonista, sino Jack Buchanan, a quien muchos recordarán por su papel en Melodías de Broadway 1955, mayúsculo musical de Minnelli.

Montecarlo se emite hoy a las 21

20 por TVE-2.

En fin, que, aunque la mirada sea parcial y prescinda de un bloque capital del todo lubitschiano, el ciclo tiene un incuestionable interés, y sin lugar a dudas ha de dar conocimiento de esa chispa natural del cineasta, por siempre conocida por touch (toque) y que forma parte de ese estilo inmortal -inmortal y casi inmoralque funciona por alusión, elipsis, sugerencia y puertas cerradas en cuya intimidad suceden siempre excitantes aventuras de alcoba.

Mil maneras de encuadrar

Lubitsch decía: "Hay mil maneras de encuadrar con una cámara, pero en realidad no hay más que una". Y su vida fue un testarudo peregrinar por esas 999 restantes maneras de dar en el touch, una obstinación sin límites que le costaría la vida: cinco ataques cardiacos superó en los últimos años de sus judíos andares por este mundo del celuloide, pero el sexto, en 1947, poco después de acabar El pecado de Cluny Brown, fue decisivo. En Alemania tuvo a su fiel Hans Kräly potenciando desde el guión sus historietas: en Hollywood, una veta literaria sin parangón: Sainson Raphelson, Charles Brackett, Billy Wilder, Walter Reisch, Donald Ogden Stewart, Edwin Justus Mayer... Pero por encima, esa silueta parecida a Chico Marx, sólo que más oronda y con el puro de Groucho, clavé su ojo acerado y milagroso sobre una humanidad en perpetuo estado de celo, y de ahí salieron Una hora contigo, Un ladrón en la alcoba, Una mujer para dos, La octava mujer de Barba Azul, N¡notchka, El bazar de las sorpresas, El diablo dijo no y otros memorables momentos de la mejor comedia, auténtico festín para los lunes de este verano.

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