Serpientes y palomas
J. C. C. Uno de los primeros en acudir al estadio fue Quique Ramos. Al igual que Setién, había recibido el jueves una notificación notarial en la que se le comunicaba que quedaba suspendido de empleo y sueldo y se le prohibía el acceso a la zona de jugadores. A las 18.30, Quique Ramos asomó la cabeza por la ventanilla de su coche y se dirigió al vigilante de la puerta 9.
"-¿No puedo pasar, verdad?". Se le dijo que no, dio la vuelta y se marchó. Juan Carlos Arteche llegó poco después, y fue directamente a la grada. A Arteche ya le habían negado el paso por la mañana, cuando iba a renovar su abono de socio y el de su familia.
Según palabras de Gil, "hay que separar a las serpientes de las palornas". Tres de las serpientes, los dos Quiques y Arteche, están acusados por el club de incumplimiento de contrato y la próxima semana recibirán un pliego de cargos. Si las cosas no cambian, acabarán cm Magistratura, y allí probablemente se encuentren con el cuarto maldito, Landáburu, que trata de hacer valer una cláusula de su contrato por la cual, al haber superado 25 partidos oficiales durante la pasada campaña, su renovación es automática. Según Gil, "ninguno se resigna. Saben que aquí se cobra bien y no quieren irse, y además acostumbran mal a otros jugadores".
Así, Arteche, que era paloma la pasada temporada -Gil le subió la ficha de 12 a, 22 millones-, se convirtió en serpiente al no aceptar que su ficha volviera a la cantidad inicial. Volvió a ser paloma hasta el jueves por la noche. Gil estaba seguro de que Arteche aceptaría cobrar 12 millones, y el resto si sumaba 20 partidos en el año. Pero Arteche se nego, y quedó convertido en serpiente. Marcos sí estuvo de acuerdo, dejó de ser serpiente y Gil pidió para él el apoyo de los socios.
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