Genuina reproducción

Si consideramos que el cine yanqui arremetió, a finales de los años cincuenta y durante todos los sesenta, contra la pequeña pantalla y su auge demoledor, y que -en ese digno acto de supervivencia- utilizó las grandes superproducciones como su mejor arma, tener que ver hoy ese material heroico -que goza de no pocas mar villas- condenado al desfile miserable por, precisamente, esa pequeña pantalla es, además de una ironía como sólo las gasta el destino, un grave atentado contra su integridad. En otras palabras, que películas como Cleopatra, La conquista del Oeste o Éxodo, por poner unos pocos ejemplos, sólo, y subrayemos el sólo, tienen sentido, y a través de él pueden valorarse y gozarse, en una pantalla grande, cuanto más grande mejor.El fabuloso mundo del circo pertenece a ese tipo de cine intrínsicamente grande, es decir, que a la vez que sus proporciones el ente jíbaro reducirá también el alcance incuestionable de su emoción. Porque se trata de una buena película, aunque en su momento se la despreciara por la banalidad de su historia, la mar de convencional. En realidad, todas las películas que Samuel Bronston produjo en España aquella década feliz de los sesenta, todas fueron buenas, como hemos podido comprobar en sus reposiciones. La que hoy nos ocupa fue un filme de una capacidad irreprochable: guión del mítico Ben Hecht, fotografía del oscarizado -por El puente sobre el río Kwai- Jack Hildyard, música de Dimitri Tiomkin y un sabroso reparto encabezado por John Wayne, Claudia Cardinale y Rita Hayworth.

Por mucho que el nombre del veterano Henry Hathaway dirigiendo la película fuera oscurecido en su momento y tachado de un simple profesional de la industria, hoy podemos saborear algunos momentos de buen cine y de intimismo -ciertos sentimientos entre madre e hija, por ejemplo- propios de alguien que siempre fue mucho más que un artesano corriente y moliente, alguien que hoy es ya un clásico.

Por lo demás, la película se ciñe como siempre a mostrar la vida que rodea la circunferencia del circo, presenta espectaculares escenas -la del hundimiento del barco, la del incendio o las propias del espectáculo circense- y divierte en ella ver escenarios españoles diversos, como el puerto de Barcelona o el Liceo emulando un circo de Hamburgo.

La conciencia acusa y Amanecer en Puerta Oscura son otras dos películas a las que prestar atención. La primera, un melodrama pasablemente moralizante de Pabst con un reparto cosmopolita en el que figura nuestro Fernando Fernán-Gómez. La otra, una célebre obra de José María Forqué, de 1957, tiene hoy un auténtico valor como documento social, religioso y artístico y es poco menos que imprescindible para el estudioso de nuestro cine.