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La selección española causó una triste impresión ante el poderío de la norteamericana

Santiago Segurola

La afición llegó a preguntarse dónde estaba la selección española. A primera vista, la respuesta se ofrecía sencilla y tranquilizadora: en la cancha jugaba un equipo de la asociación de jugadores y no la escuadra nacional como anunciaban los carteles. Los jugadores lucían las camisetas amarillas y azules de su asociación, que cobraba ocho millones de pesetas por el partido. Pero este dato formal o aparentemente formal no podía ocultar que aquél era el equipo que debe afrontar un espinoso torneo preolímpico. Bien, ésos eran los jugadores de Díaz Miguel, aun sin la camiseta nacional, pero ¿dónde estaba el equipo? Bajo su tablero no estuvo y mucho menos bajo el infranqueable aro norteamericano. Quizá apareció en algún momento por los vastos territorios de la línea de triples, pero aquéllas nunca fueron apariciones tangibles.Las cuentas fueron demoledoras. Los atletas estadounidenses saltaron y pelearon como si les fuera la vida en los rebotes y en la defensa de su canasta. Traducido en números: una veintena de rebotes ofensivos, que se tradujeron en una treintena de puntos, ante la mirada complaciente de los hombres altos españoles. Estados Unidos capturó 12 rebotes en la defensa. Es inusual que un equipo atrape más balones bajo el aro enemigo que en territorio propio, pero esta historia no va con la selección española, de una permisividad asustante en la pelea reboteadora.España llega al preolímpico con menos rebote del esperado, y ya se esperaba que fuera deficiente. Significa esto un incalculable regalo de posesiones, puntos y tranquilidad para los equipos adversarios. Cierto que en Holanda el equipo de Díaz Miguel no se las verá con atletas de goma, como los universitarios norteamericanos, pero es evidente que las previsiones invitan al desánimo.

La selección sólo mantuvo un tono correcto mientras jugó con determinación y esfuerzo en la defensa, a pesar de la carencia intimidatoria. Esto sólo ocurrió durante los primeros 15 minutos. Las deficiencias en el rebote -España sólo consiguió 13 durante el partido- se paliaban porque la transición en el ataque funcionaba y, en consecuencia, el porcentaje de aciertos era elevado. La extenuante defensa individual de los norteamericanos, que en todo momento jugaron con una extremada intensidad, terminó por rebajar la eficacia del juego de ataque del equipo español, que en la primera mitad llegó a igualar el marcador en un par de momentos. La lesión de Jiménez, que sufrió un golpe en el brazo derecho, restó finalmente cualquier posibilidad de batirse en los rebotes, en los que el multimillonario Robinson se mostró intratable. Y la defensa se derrumbaba conforme los jóvenes norteamericanos sacaban partido de su inigualable calidad en uno contra uno.

Peor aún, el equipo de Esta dos Unidos, que llegaba a Europa con una escasísima confianza en el tiro exterior, en contra en Chapman un infalible puntillero. Chapman, una de las grandes esperanzas blancas del baloncesto norteamericano encestó cuatro canastas triples de cinco intentos, dio el pase del partido mediada la primera parte y, con toda seguridad, se ganó el puesto para los Juegos Olímpicos de Seúl. A falta de un juego interior eficaz, España buscó consuelo en el tiro exterior. Fue entonces cuando aparecieron Epi, Montero y Margall, pero fueron irrupciones fantasmales, desaliñadas, cuando había muy poco que ganar salvo la honra de encestar el tiro, en aquellos lanzamientos.

La brusca caída del equipo español generó un deseo mayoritario de acabar el partido cuanto antes. Bastaba ver la expresión de los españoles para percatarse de que todos ellos ansiaban el final de aquel calvario, sobre todo a partir del distanciamiento de los norteamericanos en los primeros momentos del segundo período. La avalancha norteamericana llegó a hacerse insufrible bajo la canasta del equipo de Díaz Miguel. Ante la mirada perdida y el gesto cabizbajo de todos, los universitarios norteamericanos festejaban y vitoreaban cada uno de los lanzamientos, tapones y mates de sus compañeros. Lo peor fue que todo aquello no significaba otra cosa que un tremendo estropicio psicológico para un equipo que afronta su compromiso más peliagudo en los últimos cuatro años.

Conviene recordar que el equipo británico, primer rival en el torneo de Holanda, es una versión rebajada, pero un tanto. fiel, del baloncesto estadounidense. No se puede esperar otra cosa de una escuadra que presenta casi una decena de jugadores formados en los centros estudiantiles de Estados Unidos. Pero eso ya lo sabe Díaz Miguel: defensa individual y una enorme capacidad para sufrir en ella.

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