En el VIPS
Que ya tan jóvenes sean de derechas, vistan de riguroso uniforme y nunca se pongan los siete jerseis que llevan anudados hasta en la moto puedo entenderlo por aquello de la tradición familiar y de poderoso caballero es don Benetton; ahora bien, ¿qué tendrán, baby, qué tendrán las puertas del VIPS de Lista para que estos chicos tan guapos y sanotes, con 10.000 pesetas en los bolsillos, se pasen ahí las tardes enteras sin hacer otra cosa que eso, que estar parados frente a tan polifacético establecimiento, imitando los hábitos de diversión de la juventud pobre que bebe cerveza en la calle?Una creía al principio que dichas puertas eran sólo su lugar de cita, y que tras el paseíllo exhibicionista de rigor emigraban a otros lares más acogedores y más acordes con su look. Pero no.
Ya pueden caer chuzos de punta, que es igual. La mayoría no se mueve del sitio y resiste estoicamente la abrumadora carga de sus siete jerseis sin ni siquiera tomarse una cola-cola... ¿No se aburrirán? ¿No sentirán la imperiosa llamada del consumo? ¿No pensarán las chicas: para esto me he tirado yo dos horas frente al espejo?
Pues no. Las puertas del VIPS debe de ser para ellos como las del cielo, y la prueba evidente es que las primeras, en cuanto dan las siete, se ponen intransitables de calcetines de colores y colonia Don Algodón.
En fin, entretenimientos más raros he visto; en Roma, por ejemplo, hay un restaurante sin nombre ni dirección -los dueños sólo anuncian el barrio donde está situado- que se llena a diario de jóvenes bien, porque por lo visto, eso de dar vueltas y vueltas con el estómago vacío hasta encontrarlo les divierte mucho.
Pero, volviendo al tema que nos ocupa, yo, desde luego, en el caso de estos chicos pudientes me hartaría de copas o me compraría todos los libros del VIPS o me haría un viajecito a donde fuese cada fin de semana.
Todo menos morir asfixiada por siete jerseis a la puerta del VIPS de Lista.
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