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El rostro de Llorente

Luis Gómez

La intensidad del esfuerzo madridista obliga a pensar si, realmente, será posible que mantenga un ritmo físico semejante en un cuarto partido. Y el mejor reflejo de ese esfuerzo fue ayer el rostro de Llorente.

Llorente jugó los 40 minutos obligado a proteger a su equipo de la fluidez ofensiva de Solozábal, primero, y de la habilidad defensiva de Costa, después, todo un especialista en hurtar balones. Y Llorente logré evitar que, entre los dos bases azulgranas, no sumaran mas que dos canastas -Solozábal consiguió nueve tantos, todos ellos de tiros libres-. Hizo lo que parecía imposible que hiciera uno solo.

Pero el final para Llorente fue cruel: demacrado, desencajado, con la vista perdida, vio cómo sus dos enemigos trataban de darle la puntilla al unísono. Como si fuera producto de un desvarío, como si fuera consecuencia de haber traspasado los niveles razonables de esfuerzo, Llorente se encontró ante la duda de a quién de los dos marcar. Alguna vez, sin embargo, se le vio con intención de defender a los dos a la vez.

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