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Tribuna:LA CARRERA HACIA EL ELÍSEO
Tribuna
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Sentido y alcance del voto del Frente Nacional

El 24 de abril, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, la candidatura de Jean Marie Le Pen, presidente del Frente Nacional, obtuvo un 14,4% de los sufragios emitidos. Muy cerca, pues, de los obtenidos por el candidato liberal Raymond Barre 15%) y el doble de los conseguidos por el comunista Lajoinie (7%). Más de cuatro millones de votos repartidos por todo el país, lo que le convierte en una figura nacional que, en ciertas circunstancias, puede pesar en la reorganización de la derecha; mientras que sus votantes se erigen en un factor no desdeñable para la resolución de la segunda vuelta, el 9 de mayo.La noche del recuento, Le Pen, exultante desde el jardín de su casa de Saint Cloud, dominando, tras el río, a París, habló de un verdadero terremoto político. Los comentaristas vinieron a confirmar con su alarma que algo profundo había ocurrido y que las ondas del fenómeno se extenderían a todos los rincones del país.

¿Significa este resultado que existe en Francia una tendencia fascista o prefascista de la dimensión que cuatro millones de votos indicaría?

Nada es más difícil que la definición exacta del fascismo. En sentido estricto el fascismo es, a la vez, el producto de una crisis de la democracia liberal y de una crisis del socialismo. Es, también, una revuelta contra la sociedad burguesa, sus valores morales, sus estructuras políticas y sociales y su modo de vida. Se presenta como una ruptura que adquiere todos los rasgos de una crisis de civilización. No se agota en la mera negación -en concreto, del marxismo-: es un fenómeno que posee un cierto grado de autonomía política e intelectual.

Pero, si bien el fascismo strictu sensu necesita de una conjunción de factores económicos y sociales y de una fundamentación ideológica ambiciosa, los movimientos populistas son en varios, países una constante cuyo valor relativo (in un momento depende de la coyuntura social y de la implantación de las otras fuerzas políticas y sociales. Una constante, sin duda, en Francia desde el boulangismo, las ligas patrióticas, la acción antijudía, el corporativismo y los movimientos de reacción antimodernizadora de las bajas clases medias: los pequeños comerciantes, la burguesía amenazada que alcanzaron, por ejemplo, protagonismo en la forma del poujadismo.

(El estudio de los movimientos sociales populistas y de su fundamntación ideológica está avanzado en Francia. Como introducción al estado de la cuestión, puede servir la obra de Zeev Sternell Ni droite, ni gauche: L'idéologie fasciste en France, París, Le Seuil, 1983).

El lepenismo contiene los elementos clásicos de la extrema derecha francesa: racismo, justificado por la defensa del francés medio y de la identidad nacional -ahora frente a los inmigrantes, sobre todo musulmanes-; posiciones conservadoras en lo económico, pero impregnadas de temor a la dinámica del gran capitalismo; o culto a los valores morales tradicionales, compatible con una potenciación del ego y la exaltación del valor del riesgo y la lucha; pretensión de cubrir sociológicamente a toda la nación y resistencia a dejarse clasificar como, exclusivamente, de derechas... Todos los elementos, pues; pero sin alcanzar el talante de crisis decisiva que conduzca -a diferencia de la posición de las ligas o de la Acción Francesa- a situarse fuera del régimen republicano. Le Pen y sus seguidores se mantienen dentro del sistema, pero, evidentemente, lo erosionan. Al mantenerse en el sistema se sitúan en una posición que justifica a fuerzas de la derecha clásica y absolutamente democráticas, como el RPR de Chirac, para cotejarle con fines electorales.

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El lepenismo no es un fascismo en sentido estricto, pero es manifestación de una corriente que se desarrolla desde la III República y que cobra mayor importancia y fuerza disruptiva cuando la sociedad atraviesa por momentos de menor integración social.

La base social

El voto del 24 de abril convierte a la tendencia lepenista en una fuerza a escala nacional. El voto se ha extendido a todo el hexágono -en menor medida a los territorios y departamentos de ultramar-; se ha acentuado en el Midi, en Bouches de Rhône con el caso de Marsella, que pasa de roja a negra; en zonas conservadoras, como Bas Rhin -en Estrasburgo, segundo partido y primero de la derecha-, y a los cinturones obreros de las grandes ciudades. Saint-Denis, otrora aplastantemente comunista, vota por Le Pen. En París, buenos resultados en los distritos (arrondissements) XVIII, XIX y XX; mientras que en los beaux quartiers queda muy por debajo de Barre y de Chirac. El voto lepenista es más urbano y suburbano que rural.

Lo que caracteriza al voto del Frente Nacional no es la fijación en una clase, sino en ciertas categorías de cada clase: las que se sienten más amenazadas o más desconcertadas ante el cambio social. Los pequeños comerciantes vienen en cabeza (31%, un aumento del 15% desde las elecciones legislativas de 1986), lo que le da un tono poujadista al movimiento. Pero el voto de profesiones liberales es importante (21 %), no desdeñable el voto obrero (19%) y alto entre los parados (19%). Por edades, tiene más voto joven que Chirac y aproximadamente el mismo que Barre.

La subida de la extrema derecha se ha alimentado de factores culturales muy enraizados en la sociedad (racismo, temor, inseguridad, miedo a la innovación, mayor capacidad de ideologización de Francia que la de otros países europeos, me nor consenso), y también de factores coyunturales fruto de la tendencia de la economía francesa y de las políticas seguidas en los últimos años. Francia alcanza un índice de desempleo del 11 % -una disminución del 0,5% en el último año-, mientras que el de la RFA es del 8% y el del Reino Unido del 9%. Con una cobertura social muy aceptable, se producen, no obstante, bolsas de paro juvenil y un proceso de deterioro de las ciudades, con su brote de inseguridad ciudadana. Una política neoliberal perseguida desde Pompidou -con la interrupción de los primeros gobiernos socialistas de 1981 a 1984- y, sobre todo, la percepción de su incremento progresivo provoca el temor de aquellos menos dotados para la competencia.

Antes de la primera vuelta los comentaristas concluían que Francia estaba en trance de modernización política: la vida pública se corría al centro con dos partidos o grupos despuntados con distinta sensibilidad, pero con programas muy próximos. Ello es cierto; pero no lo es menos que sin ajustes sectoriales más decididos y sin mayor sensibilidad sociológica los sectores marginados encontraron en la protesta visceral un desahogo que puede constituir la base de la acción partidista de las clases alienadas o desconcertadas. La extrema derecha siempre existió en Francia; periódicamente, se potencia.

La integración social

Vivimos en una sociedad fragmentada. Los liberales lo consideran un hecho natural en este estadio del proceso y la izquierda parece aceptarlo como inevitable. Los índices globales cuantitativos anuncian una salida de la crisis y un porvenir globalmente mejor. Pero el objetivo de la cohesión social mediante el acortamiento de las diferencias sociales parece algo demasiado lejano, cuando no inalcanzable. En todo caso, aplazable al logro de los objetivos globales, macroeconómicos. Por ello, una contestación parcial, sectorial dura, pero incapaz de momento de poner en cuestión al sistema o a las políticas. Siempre y cuando las manifestaciones del malestar no alcancen índices de voto del 14,4%.

Dos días después de la primera vuelta, un comentarista de Le Monde apuntaba que la cuestión esencial no era la perspectiva de la transferencia del voto Le Pen, en la segunda vuelta, a Chirac, la abstención de los lepenistas, o qué porcentaje recogería Mitterrand. Lo esencial sería si el elegido el 9 de mayo recordaba lo que ocurrió en la primera vuelta, y sacaba las consecuencias debidas.

No parece que la dinámica de la ética del enriquecimiento individual sin límites y la racionalización de que es lo único consecuente con el sistema vaya a determinar una visión dominada por la conciencia de la necesidad de la cohesión social. En Francia, en menor medida que en el Reino Unido, impera el crecimiento de un tercio de la población en riqueza y en poder; el enganche a este sector de otra parte de la población y la creciente marginación de otro sector. Evidentemente -pese a su porcentaje de votos de parados y clase obrera-, el voto lepenista no representa fielmente al sector marginado. Pero su crecimiento sobre lo que normalmente ha sido el voto de la extrema derecha en Francia indica un aumento de la percepción de la inseguridad, multiplicada por clases y grupos dominados por la cultura del temor.

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