El triunfo del Madrid en Mallorca, un mero trámite
No había de qué preocuparse. El Madrid tramitó su partido frente al Mallorca por la vía ordinaria, sin prisa por imponer una sentencia, seguro de que el peso de su ley haría justicia cuando conviniera. Convino en el minuto 30, cuando Michel cogió la pelota, buscó tranquilamente la zona de disparo y lanzó un potente zurdazo desde fuera del área. Hasta ese momento, el Madrid no se había limitado a esperar. Para tramitar los dos puntos en juego estableció antes un claro dominio, ensayó un par de acciones peligrosas e impidió que el modesto Mallorca pisara el área, hecho que no sucedió hasta el minuto 18. Luego, pasó apuros durante diez minutos de la reanudación, pero acabó sellando su actuación con un gol de Butragueño precedido de una jugada impecable.Amparado en que el Mallorca sufría tres bajas significativas (Paco Bonet, Luis García y Julio Llorente) y en que su situación en la tabla empieza a ser desesperada, el Madrid sujetó el partido desde el principio. Lucien Müller, el técnico local, había descubierto con un eufemismo cuál era la táctica a seguir: "Cuando ellos ataquen, nos defenderemos, y cuando tengamos la pelota nosotros procuraremos atacar".. Dicho de otro modo, el Mallorca haría lo que bien pudiera, pero el propio Müller parecía más convencido de que eran más capaces de defender el empate a cero que de intentar otra cosa.
Tras unas acciones individuales de Chendo sorteando delanteros -y centrocampistas rivales con técnica y tranquilidad, llegó el primer ataque madridista en el minuto 9. Era la primera vez que alguien llegaba al área con el juego controlado. ¿Controlado? Era otro eufemismo: la pelota, ya dentro del área, fue de Michel a Gallego, de Gallego a Camacho, de lado a lado, de este último a Hugo y del mexicano un ligero toque a Martín Vázquez para que la pudiera mandar de un fuerte disparo que no fue gol porque despejó un defensa en la misma línea. Toda la retaguardia del Mallorca actuó de espectadora conjunta de la jugada; si hubiera aplaudido, cabría entenderlo como un detalle deportivo sin precedentes.
No había, por tanto, de qué preocuparse si la diferencia técnica resultaba tan notoria, más cuando el Mallorca tenía problemas para fijar marcajes en el centro del campo, lugar al que viajaba con frecuencia Hassan, y no tanto para buscar balones, sino para esconderse de Camacho y convertirse en una especie de delantero anónimo o de atacante con antifaz. Efectivamente, buscó el lucimiento en un par de taconazos y acciones de centrocampista, donde su eficacia era nula, y el peligro en algunas jugadas confusas en las inmediaciones del área, robando algún balón o rentabilizando algún rebote. Así, construyó su mejor jugada en la segunda parte. Fue una gran oportunidad que acabó en un pelotazo sin sentido al cuerpo de Buyo a tres metros de la portería.
El trámite siguió su curso, porque justo unos minutos antes del gol Sanchis atrajo la atención, con sus regates, de hasta cuatro rivales. Uno de los cuatro tuvo que pararle en faIta. Sintomático. Poco después, Michel, con elegancia, sin prisas, eligiendo el terreno donde colocarse el balón y a pesar de los defensores que le vigilaban, marcó el primer tanto.
Sin embargo, el sistema madridista de resolver el partido con el mínimo desgaste pudo causarle un traspié en la segunda parte. Despreció la capacidad ofensiva de su rival, no muy preclaro con el balón en el área ciertamente, y vivió diez minutos de apuros intermitentes, con tres jugadas de clarísimo peligro que solventó Buyo brillantemente. Gallego y Sanchis rivalizaron en su posición de libre no porque se relevaran en exceso, sino porque a veces se les olvidó ocuparla. Ello, unido a que Martín Vázquez se trasladó, quien. sabe por qué, a la derecha, permitió a jugadores como Bonet e Higuera intervenir con claridad en algunos contraataques.
En alguna circunstancia,. y porque permanecía en el aire la impresión de que el Mallorca podía empatar, daba la sensación de que al Madrid le faltaba algo de gas porque actuaba con una serenidad que, vista la claridad con que empezaron a llegar los mallorquinistas al terreno reservado a Buyo, podía confundirse con impotencia. Sea lo que fuere, la entrada de Jankovic por Gordillo contribuyó a que se restableciera el orden y el peligro intermitente del Mallorca desapareciera.
No había de qué preocuparse. Martín Vázquez, que había estado a punto de provocar un contraataque del Mallorca por una sutileza (tratar no de despejar, sino de colocar el balón con finura a un compañero), protagonizó otro ataque de calidad, otra jugada impecable, que sentenció el partido justo al final. De nuevo, los defensores hicieron de figurinistas. No había de qué preocuparse, sin duda, pero tampoco era necesario tramitar el asunto con tanta serenidad.
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