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BALONCESTO / SERIE A-1

El Estudiantes aprovechó el juego diletante del Barcelona

Luis Gómez

Estaba claro, se había anunciado a bombo y platillo, que el Barcelona no estaba para partidos etruscos, de esos que hay que ganar con técnica y unas cuantas raciones de paciencia. Pero es que el Estudiantes tampoco estaba para heroismos, porque parecía haber rebosado hace ya algún tiempo el vaso de sus propias esencias. Y ya se sabe que el Estudiantes, puesto a derramar, no lo hace gota a gota; más bien lo hace a borbotones. Pero parecía harto, confiado en que ya había cumplido con la temporada ganándole una vez a los grandes. Sin embargo, el Estudiantes volvió a salir a hombros y el Barcelona, esta vez, rozó el ridículo.El Estudiantes, en la primera parte, ganaba como si tal cosa, como si fuera su obligación vaya. No tenía que echar mano de ninguno de sus juegos de artificio, ni de su agresividad, ni de su ambición desmedida, ni de su juego subterráneo, ni de su técnica de la cuarta dimensión, esa que sirve para hacer que el juego discurra fuera de los límites de lo normal. No, todo eso sobraba. El Estudiantes ganaba sin más, porque, paso a paso, lo hacía mejor.

Por tanto, ¿qué es lo que no hacía el Barcelona?. El Barcelona había anunciado jornada diletante, día en que el equipo está para pocos achuchones, porque parece excesivamente sensible a sus resultados europeos, lo que no deja de ser poco profesional. A pesar de esa sensibilidad tan a flor de piel, se basta y se sobra para liquidar el trámite de cada jornada liguera sin demasiados apuros. Sin embargo, se estaba produciendo un hecho sintomático: Pedro Rodríguez, alias Pedro Picapiedra, era el amo y señor de los rebotes. Él, con sus dos metros justos y ese aspecto de descargador no de muelles, que en Madrid no los hay, sino de mercado de abastos, que sí lo hay, estaba por encima de sus rivales. Si el Barcelona no defiende, ni ataca demasiado bien, si no está para florituras pero encima se olvida del rebote, la situación puede parecer insultante. El Estudiantes parecía cansado de hacer heroismos, pero, hombre, no ha llegado al punto de hacer favores al rival ante su afición.

Luego, además, los colegiados se encargaron, en una jugada sin aparente importancia, de que el Estudiantes se sintiera agredido en lo más profundo. El Estudiantes se sintió agraviado, injustamente abofeteado. Vicente Gil fue expulsado de forma dolorosa: primero le pitan una falta intencionada, luego técnica y, seguidamente, técnica descalificante. Es decir, le expulsaron por triplicado. Ese hecho hizo reaccionar al público y a los jugadores quienes, a pesar de que estaban por delante en el marcador, se dispusieron a luchar hasta el final. Hasta ese momento ganaban por obligación; a partir de ese instante, estaban dispuestos a ganar costase lo que costase. Y esa es la diferencia que permite sus mejores actuaciones.

El Barcelona quiso aprovechar la coyuntura para solventar el asunto, pero llegó demasiado tarde: el Estudiantes estaba tocado en su fibra sensible. El Barcelona se puso primero en zona, para luego sacar García Reneses a toda su artillería -Norris había estado sentado hasta el minuto 34- Se olvidó de Sibilio, ciertamente, pero, a cada jugada, quedaba demostrado que el equipo azulgrana no tenía paciencia para ganar el partido: seleccionaba mal y perdía el rebote.

Así que al final se llegó en situación curiosa. El Estudiantes, como siempre, al límite de sus posibilidades y el Barcelona ciertamente descontrolado, sin medir bien el tiempo en sus posesiones. En la penúltima jugada, el Estudiantes llegó a tener la posesión de balón durante más de un minuto, gracias a que recuperé dos rebotes ofensivos. Y en la última, los defensores estudiantiles le abrieron el paso a Costa para no cometer personal. Costa se internó sin nadie que quisiera tocarle, pero falló. Y el público estalló en sonora carcajada. Es decir, el Barcelona hizo el ridículo.

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