El Madrid venció sin brilantez al Zaragoza
El Real Madrid tuvo que recurrir ayer a la estética de la fealdad para ganar al Zaragoza. Los jugadores madridistas trataron en la primera parte de ligar jugadas espectaculares, al primer toque, buscando la genialidad. Y en dos jugadas tontas llegaron dos goles tan feos como bonito fue el del Zaragoza. A la hora de sumar puntos, la estética no entra en juego, pero la victoria de ayer sirve para confirmar que el Madrid aún sigue sin recuperar la forma extraordinaria del comienzo de la Liga cuando, ante el mismo equipo, ganó por 1 a 7. Ese mismo equipo, pero afectado por una crisis de juego y por una epidemia de afonía -los jugadores no hablan con la prensa por haberse publicado sus salarios-, estuvo ayer a punto de causar un disgusto al líder.Manuel Vilanova, el técnico del Zaragoza, armó muy bien a su equipo. Situó sobre el campo a tres defensas, cinco centro campistas y dos delanteros. Cada uno de ellos tenía una mi sión muy clara. Atrás, Fraile se ocupaba de Butragueño, Juliá de Hugo Sánchez y Juanito quedaba como hombre libre En el centro del campo, Juan Carlos se pegaba a Martín Vázquez, Güerri a Gordillo, Señor a Jankovic, Villarroya a Michel, y Herrera debía frenar las subidas de Sanchis. Todos ellos se engancharon como lapas a sus parejas.
Este esquema maniató al Madrid, cuyos jugadores no se sentían nada cómodos con los moscardones zaragozanos revoloteando siempre a su alrededor. El Madrid, además, salió al campo sabiéndose superior, y tanto Butragueño como Michel, Martín Vázquez y Hugo Sánchez parecían estar más pendientes de marcar un gol bonito que de ganar. Así se vieron varios taconazos fallidos en los últimos metros, y regates rebuscados e innecesarios. Tuvo que ser Vitaller el que demostrase que en el fútbol lo sencillo es lo más eficaz. Rechazó en corto un centro sin peligro, y Sanchis marcó casi con desidia, como sintiéndose culpable de conseguir un gol de tan fácil factura.
A partir de ese momento se produjo un vacío total. El Madrid no lograba que su motor funcionase a pleno rendimiento, y el Zaragoza se mostraba realmente inocente. Durante todo el partido dispuso de un hueco tan claro que parecía una trampa. Chendo, que se iba al centro de la defensa para marcar a Pardeza o a Rubén Sosa, dejaba sola su banda derecha, pero Villarroya, que se hartó de correr por ella, fue incapaz de crear peligro, como si un imán le flevase al encuentro de la defensa blanca.
El Madrid no funcionaba, para desesperación de uno de los jueces de línea que se asemejaba a un sufridor del Un, dos, tres, tan deseoso estaba de facilitar la labor a los madridistas. Se equivocó en varios fuera de juego, y se hartó de acompafiar a Michel por la banda indicándole que estaba en posición correcta, con gestos que parecían casi de jaleo.
Cuando todo indicaba que se iba hacia un final aburrido, Rubén Sosa se escapó por piernas, superó a Buyo en su salida, y logré el empate. El pasotismo del público se convirtió en enfado, y el que se llevó todas las broncas fue Butragueño. El Buitre no sabe disimular, y, en vez de esconderse diplomáticamente, trató de forzar una genialidad. Y ayer, realmente, no era su día. Quizás se dio cuenta de ello cuando fue sustituido por Santillana en medio de una pitada general.
Antes de que Butragueño llegase al vestuario, el Madrid marcó su segundo gol. Fue otra jugada de suerte, en la que Llorente empalmó el balón en semífallo, y Vitaller, colaborador ayer en causa ajena, no llegó a detenerlo al estar adelantado. El Zaragoza, al que el árbitro escatimó un clarísimo penalti, trató de forzar un nuevo empate, pero se había dado cuenta demasiado tarde de que el Real Madrid no era ayer un equipo tan feroz.
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