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Olvido

Existe un procedimiento para azuzar la memoria en un instante, pero no existe nada a mano, rápido y contundente, para convocar el olvido.La memoria, señora y reina del valor, posee la técnica para reproducirse a voluntad. Pero, frente a la ayuda eficaz de la nemotécnica, no hay método que permita obtener efectos semejantes para la decisión de olvidar. Será necesaria la abundancia, la acumulación y la confusión, los equívocos y el lento discurrir del tiempo para que lo que el recuerdo puede adquirir de súbito, el olvido lo herede poco a poco.

En la tesitura de seguir viviendo, el arte del olvido es tanto o más acuciante que el de conservar la grabación de lo vivido. En la medicina espiritual, la memoria es como un tóxico que, superada la dosis homostática, lleva a la desesperación y a la locura.La memoria, por tanto, constituye un fardo a menudo más duro de afrontar que el más terrible de los futuros. Nada bastó a san Agustín para conservar los nervios ante los desaforados almacenes de memoria que se veía obligado a administrar. Se daba perfecta cuenta el santo de que, siendo tan vastas las proporciones de esa mercancía, su espíritu resultaba a la fuerza raquítico para darle albergue. Con ello sentía los tirones de una estrechez que se le añadía a la ya larga lista de males a los que debía hacer frente.Aliviar la memoria, dejar correr buena parte de su caudal es una operación en la que el ser humano decide su supervivencia. El espíritu dispone de un aforo modesto, incapaz incluso de contenerse a sí mismo. ¿Cómo no exigir que la memoria controle su figura?

Día tras día, momento a momento, 1988 tras el fin de 1987, la memoria selecciona, corta, muele, miniaturiza. Machaca, condensa, vuelca toneladas de historia individual o colectiva por las escombreras. Pero, con todo, no es suficiente. No es soberana. No sabe siempre lo que hace ni hace siempre lo que quiere. Puede envenenar mortalmente. Es urgente una técnica vital al servicio inminente del olvido.

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