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Sarampión democrático

Una febril pasión electoral sacude a Corea del Sur en su primer sufragio popular en 16 años

El pueblo surcoreano (42 millones de habitantes) vive el sarampión político de su despertar a la democracia con una febril pasión, inusitada para los escépticos ojos occidentales. El momento recuerda, a veces, con los ajustes necesarios de dos culturas bien distintas, al vivido por los españoles en vísperas de las primeras elecciones democráticas. La gente desafía los rigores climatológicos de un severo y temprano invierno participando de forma masiva en la campaña para las elecciones presidenciales del próximo 16 de diciembre, las primeras que se realizan por sufragio popular desde 1971.

A falta de dos semanas para la celebración de unos comicios que teóricamente deben significar el paso de un régimen autoritario a otro de carácter democrático, el panorama es extremadamente confuso. La tensión se palpa, los insultos se recrudecen y nadie se atreve a especular cuál será el resultado de la votación. A este ambiente de incertidumbre contribuye la falta de sondeos fiables -prohibidos por orden gubernativa-, el elevado número de indecisos -estima dos en un 30% de los casi 26 millones de votantes inscritos-, las irregularidades que se están cometiendo en el censo del voto por correspondencia y la hipótesis, aún no del todo descartable, de que la oposición decida a última hora presentar un candidato unico, algo que todo el mundo opina le facilitaría con holgura el triunfo en las urnas.La lucha se centra en sólo tres de los ocho candidatos inscritos en sus cuarteles generales, donde se respira un caos organizativo tremendo, fruto de una falta de rodaje político, se da por descontada la victoria por un margen mínimo. De acuerdo a la reforma constitucional aprobada en referéndum el pasado octubre, un candidato puede ganar la presidencia con la mayoría simple.

El fantasma de la manipulación electoral y de las irregularidades que ya se están produciendo para captar votos con dinero, comida y promesas de empleo hacen, de todos modos, el camino más fácil a Roh Tae Woo, un ex general de 54 años candidato del gubernamental Partido para la Justicia Democrática (DJP), que cuenta con una organízación de tresmillones de afiliados, la maquinaria de poder en los medios de comunicación y con una inyección para los gastos de campaña que rebasa los 17,4 millones de dólares máximos permitidos en contribuciones a cada uno de los candidatos.

Roh, que como líder del DJP fue el autor de la reforma política exigida por la oposición el pasado julio, tuvo el domingo que abandonar la tribuna de oradores en Kwangju, a unos 350 kilómetros al suroeste de Seúl, ante la lluvia de piedras, huevos y bombas lacrimógenas arrojadas por grupos de jóvenes que gritaban el nombre de Kim Dae Jung. Este progresista católico de 62 años es candidato a la presidencia por el Partido para la Paz y la Democracia (PPD). Su defensa de los derechos humanos le ha creado una aureola de respeto en todo el país. El actual jefe de Estado, el ex general Chun Doo Hwan le condenó en 1980 a la pena de muerte -posteriormente conmutada por el exilio a Estados Unidos- por presunto instigador de la insurrección ocurrida en Kwangju en mayo de ese año, que la policía aplastó con un saldo de casi 200 muertos.

Las bombas y las piedras no contribuyen al desarrollo del proceso de democratización, decía el domingo Roh Tae Woo, pero no pudo hablar mucho más. Las piedras caían sobre el escenario, transformado en una nube de humo picante, producto del molesto gas arrojado por los manifestantes. El líder del DJP tuvo que desistir y, parapetado por sus guardaespaldas bajo fuertes escudos, se refugió en el cuartel general de su partido, a pocos metros del lugar. Sus seguidores se guarecieron de la lluvia de proyectiles con pancartas en las que Roh se exhibe sonriente, o en la Casa Blanca, durante la entrevista que le concedió el pasado septiembre el presidente norteamericano, Ronald Reagan. Arriba, en la tribuna, el saldo era di dos cabezas rotas, la de uno de sus ayudantes y la de un periodista japonés.

Un 'hombre común'

Roh repite allí por donde va, que el uniforme lo ha colgado tiempo atrás, en 1981, en el desván de su casa, y que ahora es sólo un hombre común. Sin embargo, le está siendo dificil desmarcarse de su amistad con el presidente Chun Doo Hwan, de su responsabilidad en los abusos cometidos por el actual régimen, en el que ocupó cargos ministeriales, así como de su complicidad en el golpe de Estado de diciembre de 1979, mes y medio después del asesinato del presidente y general Park Chung Hee, golpe que conduciría definitivamente a Chun Doo Hwan a la presidencia en agosto del año siguiente.Mientras en Kwangju se tosía, la capital surcoreana, Seúl, con más de 10 millones de habitantes y un censo electoral que representa al 40% del nacional, vivía el momento más vibrante de la carrera política de Kim Dae Jung. Un millón y medio de personas se, congregaron en la plaza de Yoido, a las afueras de la ciudad, soportando estoicamente una temperatura de siete grados bajo cero, en lo que algunos observadores han calificado como el mayor mitin de los 40 años de historia de Corea del Sur. Kim dijo: "Vamos a ganar. Él [por Roh] es la dictadura; yo, el poder popular", dijo Kim, a los congregados, al tiempo que propuso a Kim Young Sam, candidato del Partido para la Reunificación Democrática (RDP), poner fin al actual cisma de la oposición retirándose de las elecciones. El veterano político dijo que si vence constituirá un Gobierno de coalición con las fuerzas democráticas de oposición y concederá una amnistía general que alcanzará también a los responsables de delitos del actual régimen.

En el cuartel general de Kim Young Sam, la oferta del otro Kim ha sido calificada de inaceptable. Especialmente después de que el pasado sábado fue recibido en Taegu, a unos 300 kilómetros al sureste de Seúl, feudo de Roh, por medio millón de personas que coreaban su nombre cumpliendo con disciplina confuciana las consignas de los animadores. Este abogado protestante de 59 años al que le une con Kim Dae Jung una linealidad fraterna, mezclada a veces con odio, áseguró a todo el que estuviera díspuesto a creerle que él es el único político surcoreano con capacidad para poner fin al poder militar.

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