Un vodevil fuera de lugar
Rafael Gordillo tiene 30 años y es padre de familia. Es un ciudadano respetable que destaca en su profesión, el fútbol, hasta el punto de haberse convertido en un personaje querido y popular en toda España. En Sevilla es incluso más que eso. Es poco menos que un héroe local. Se aprecia su talante sencillo, su honradez, su bonhomía.En la selección española de fútbol es aún más. Es un jugador con 69 partidos a sus espaldas, el segundo en la historia del fútbol español. El segundo de una lista que encabeza Camacho, y en cuyos puestos relevantes están Arconada, Iríbar, Santillana o Ricardo Zamora.
Todo eso no le ha servido para ponerse a salvo del ridículo. Una concatenación de intriguillas de palacio, de pulsos mezquinos entre personajes sin grandeza, ha hecho de este personaje la comidilla en las vísperas del España-Albania. Más allá del resultado de anoche, España había perdido en el terreno que importa: el del respeto al deporte y al deportista. Un Gordillo que llega a Sevilla con un tobillo averiado, que se ve tratado como objeto de intercambio en los recelos entre dos médicos y regresa a Madrid, que vuelve a Sevilla a instancias de no se sabe quién y que finalmente se ve fuera del equipo, sin posibilidad de jugar, es un fracaso colectivo. De su paciencia se puede esperar que no estalle y provoque un conflicto, que se resigne a que personas que aportan al fútbol menos que él le utilicen como pelota de ping pong. Pero de una institución como la Federación Española de Fútbol, que maneja las ilusiones de muchos aficionados y que paga a su secretario general más de lo que cobra el presidente del Gobierno, no se puede tolerar que permita, o contribuya a alentar, actitudes de este tipo.
Y Miguel Muñoz, el hombre que un día se atrevió a dejar fuera del Real Madrid a Alfredo Di Stéfano, porque estimó que había pasado su hora, se ha dejado traer y llevar en este asunto. Ha sido uno más de los personajes de este vodevil.
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