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Tribuna
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Tributo

Rosa Montero

Mira que dan la lata. Ahora resulta que Tagliaferri, el nuncio del Vaticano, quiere que se retrase la puesta en marcha del llamado impuesto religioso. En puridad, el impuesto podría haber sido aplicado desde 1982, así es que estas buenas gentes llevan ya cinco hermosos años de regalo. Pues bien, no contentos con eso, han mandado a Tagliaferri a presionar un poco, armado de la influencia vaticana y elegantemente vestido con sus sedas purpúreas. Sedas, lustrosos bonetes y demás fruslerías eclesiásticas, que, dicho sea de paso, una servidora ha contribuido a pagar amablemente.Se ve que tienen miedo a que sus clientes no aflojen debidamente los bolsillos. Claro, cuando el tributo es voluntario siempre hay riesgo. Con todo, no deja de sorprenderme su recelo. ¿No alegan una y mil veces que España es creyente por abrumadora mayoría, no alardean tanto de su implantación social y del acendrado catolicismo de esta tierra? Pues se diría que en el fondo de su radiante fe anida una desconfianza muy oscura. Estarán pensando quizá en la debilidad de la carne y la cartera.

Yo que ellos no menearía el asunto demasiado. Porque las cosas como son: que un agnóstico o un miembro de otra confesión se vean obligados a pagarles por narices es obviamente injusto. Este año el Estado les ha concedido 13.354 millones de pesetas, que divididos entre los siete millones de contribuyentes da 1.907 pesetas, esto es, 1.907 pesetas que me han arrebatado por la cara. Con ese rico dinerito podría haber ido cuatro veces al cine, me habría costeado una buena comida, hubiera podido adquirir unos tres libros o comprar cinco tubos de crema anticonceptiva, por ejemplo. ¿Qué sucedería si los contribuyentes no creyentes pidiéramos que nos devolvieran estas sumas? Reclamándolas además desde 1982, fecha en que se firmaron los acuerdos para el impuesto religioso. Yo que ellos no tocaría el tema, por si acaso. La verdad es que, para no ocuparse de los asuntos terrenales, son tremendamente fastidiosos.

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