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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cómo falsificar un rodaje

No deja de tener mérito conseguir que un espectador que ha esperado cierto programa -que lo ha elegido- termine por apagar el televisor antes de tiempo, no decepcionado por la eventual escasa calidad del espacio, sino colérico por su manipulación.El documental John Huston: entre los muertos, emitido el lunes por la noche por TVE-1, pretende mostrar el rodaje de la última película de John Huston, Los muertos, estrenada en el Festival de Venecia que aún no ha terminado, y por lo tanto documento de gran actualidad. Y ello, con independencia de la reciente muerte del director y el inevitable aire de oración fúnebre de la película.

No hace falta haber visto muchos rodajes, o ninguno, para comprender que en ellos, como en los ensayos de teatro, de todos los elementos que arman la actuación, el que pasa al primer plano es la voz. En el ensayo, el director instruye, explica qué es lo que quiere ver y oír, y el actor finge su actuación, como un músico, hasta encontrar el tono. John Huston, según se nos dice, sabía exactamente lo que quería ver, y, en su caso, el atractivo era doble, pues sus instrucciones no eran las del director-histrión, que rivaliza en histeria con la diva, sino que instruía de un modo tranquilo, íntimo, matizado, sin gritos. En su último rodaje, un enfisema pulmonar terminal convertía su modo de hablar en el símbolo intraducible de una épica pasión por el cine.

Los muertos, película basada en un cuento de James Joyce, reunió, además, a actores y técnicos de las cuatro esquinas del mundo anglosajón. Un rodaje con todos ellos -actores de delicada dicción, técnicos con onomatopéyico lenguaje- es no sólo un documento sino una suerte de concierto, un plato de lujo para cualquier persona interesada en la interpretación.

Con la frecuente falta de respeto a la integridad de la obra de arte que les faculta para recortar el formato de una película o proyectar prodigios del cine con las mismas voces de Dallas o Miami Vice, los programadores de televisión proyectaron doblado el documento, y agravaron el desatino cometiéndolo a medias: esto es, dejaron el sonido original al fondo, y untaron encima las voces planas de dobladores que, de toda evidencia, iban a perder el tranvía. El espectador tenía que pasar por la penosa experiencia de presenciar un rodaje interesante, oír al fondo unas voces sugerentes y aguantar una traducción improvisada.

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