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Una sala de espera de 1ª

Vicente Molina Foix

El espacio se inicia con turbulencias. Dalí, puesto de embocadura de un gran teatro de la farsa, duda ante la cámara y da nombre al programa; a continuación, con imaginería de la mejor escuela superrealista, un loro estira el cuello, avisado de su degollación; brillan navajas y uñas largas, corre la sangre, caen plumas y se atisba una masacre en un vaso, de agua. Terminado el simulacro de la belleza convulsa, el tren llega a su destino: La estación de Perpiñán.Aunque no figure en los títulos, parece ser que el realizador de esta sugestiva cabecera es Ramón Gómez Redondo, que, antes que discutido directivo del Ente, fue cinéfilo y cineasta y hombre muy hitchcockiano, lo cual se nota en los planos de su presentación y en la música -tampoco acreditada-, que recuerda notablemente las composiciones de Bernard Herrman para el gran gordo filosófico. Pero lo más curioso es que, detrás de esa carátula de amenazas, el nuevo programa de Paloma Chamorro resulta quieto y plácido, constructivo y sereno, hecho con la serenidad de quien está cansado de combatir o con la del que observa el campo de batalla después del estropicio que él mismo, con sus huestes, ha causado.

Aunque el programa se inició con un ruido de sables, La estación de Perpiñán no sigue la estela sulfurosa y osada que acompañó a Paloma Chamorro en sus días más aguerridos; cuando, por ejemplo, encargaba vídeos de alto erotismo musical o de alta provocación, como el del cerdo crucificado que tanto disgustó en Alcalá de Henares. Tras un trayecto brillante y plagado de saltos y vaivenes, que ha hechó de ella una figura quizá insustituible en la casa, la Chamorro parece haberse tomado un respiro: su convoy, arrastrado a lo largo de muchas temporadas con el empuje de una locomotora desbocada, ha llegado a una estación de paso y ha optado por pasarse unas horas. de deleite instructivo en la sala de espera.

La estación de Perpiñán resultará, por eso, a los que piensan que las chicas son -siempre- guerreras un programa desconcertantemente apaciguado. Chamorro, nos ofrece largas, exhaustivas entrevistas, siempre inteligentes, con los artistas elegidos, y un pequeño trenzado de acompañamiento que puede incluir material ajeno rodado ex profeso o una apoyatura estricta en el arte de los seleccionados (casos de Batiato, Clemente y Barceló). Nada más. ¿Alguien quiere más?

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