La maldad del nazi
Lyón es una gigantesca ciudad francesa que fundaron los césares romanos. Fue capital de las Galias, creada en una tierra a la que acuden los cauces del Saone y el Ródano. Es la Francia genuina y continental. Hoy sus avenidas principales se adornan con algunos edificios neoclásicos de majestuosidad napoleónica. En su centro se extiende un amplio parque, de un verdor intenso, que se hermosea con jardines, y cercos de venados, y con un extenso lago en el que chapotean tranquilas barquichuelas. Junto a sus aguas, los niños corren y trajinan con sus bicicletas, y los paseantes caminan entre el frescor de los sauces. A pocos pasos de la estación aparece uno de esos edificios centenarios y macizos que dan aire rancio a una ciudad. Es el hotel Términus.Fue en este bello hotel en donde los jefes de la policía política eligieron asentar su cuartel general cuando la ocupación alemana. Desde allí se recibían consignas de horror que se irradiaban por los recovecos de la ciudad y su provincia. Un horror que pasaba por las salas de tortura. La Francia colaboracionista del mariscal Pétain facilitó aquella ignominia. La Resistencia francesa creó sus héroes, sus mitos y algunas intrigas internas que aún arrastran secuelas de oscurantismo. Ahora, la Corte Suprema de Lyón ha condenado por sus crímenes contra la humanidad a Klaus Barbie, uno de los principales ejecutores de la ocupación alemana durante aquella guerra.
Una de las víctimas que pudo sobrevivir a la tragedia es la ex ministra Simone Veil, quien expresó su opinión contraria a la celebración del juicio. Hay quien entiende que este anciano septuagenario puede dar la imagen de un hombre acosado ante un clima de linchamiento y ser un chivo expiatorio del racismo farisaico de Occidente. Francia quiere olvidar que buena parte de ella fue seducida por el fascismo. El nombre de Pierre Laval no consta en casi ningún libro de historia ni enciclopedia del país galo. Jean Daniel, líder de opinión de la izquierda francesa y director del semanario Le Nouvel Observateur, ha hablado del efecto bumerán que podría producir este juicio. Daniel recurre a la historia y acoge la tesis de Marat en la polémica jurídica y política que precedió al guillotinamiento de Luis XVI Para Marat, el juicio contra el rey tendría que servir para la instrucción y la edificación del pueblo. La afortunada abolición de la pena de muerte en Francia permite que el debate haya transcurrido hoy en el ambiente de serenidad y humanitarismo deseados, aunque emerja alguna voz extemporánea. Los nazis llegaron a un paroxismo tan superlativo que ha hecho inextinguible la respuesta de venganza y -más allá de la historia objetiva- han alcanzado el atributo de grandes perversos ante la fantasía colectiva. Y así, ese mecanismo psicodinámico que los psicoanalistas denominan proyección, consistente en desplazar y atribuir a seres extraños las propias pulsiones y fantasías inaceptables, ha encontrado en los nazis perversos la idónea pantalla receptora. Nuestro acervo cultural ha insertado creaciones como la de aquel portier de nuit, con un Dirk Bogarde de sonrisa enigmática entregado a la agresión lasciva; Saló o los 120 días de Sodoma, obra en la que Pasolini atribuye a unos jerarcas fascistas las más execrables aberraciones contra niños aterrorizados. Ni ños con la mirada perpleja ante el torvo agresor, y que desde la pantalla provocaban en el espectador un sobresalto ante lo nunca visto y lo nunca imagina do. Imposible elaborar personajes más perversos todavía. El impacto histórico de los horro res nazis habría que interpretarlo desde diversos análisis complementarios. Además de perseguir a algunas minorías desamparadas, como fueron los gitanos, los nazis desataron sus instintos agresivos contra tres de los grandes resortes del poder de nuestro tiempo: las democracias occidentales con su padrinazgo norteamericano, el pueblo judío y el comunismo soviético. Además de su gran crimen, ése fue también su gran error, como hubiera dicho aquel cínico pensador. Porque después han acontecido otros genocidios que no tendrán su Nuremberg justiciero.
Ejemplaridad
Al margen de la teoría del principio retributivo de la pena, y si descartamos la venganza como razón que legitime la acción penal, vemos que la prevención especial tiene escaso sentido ante los ancianos nazis, de los que, obviamente, no cabe esperar que en lo que les queda de vida organicen otro Tercer Reich. Nos queda el principio de la ejemplaridad como la máxima, casi la única razón de este juicio al que Jean Daniel ha denominado expedición punitiva. Y precisamente lo más decepcionante de los juicios contra los nazis es que han dejado una gran duda sobre su efectividad ejemplarizante. Aunque sea conflictivo invocar la reciente historia, mucho más que hablar de Herodes, de Calígula o de Pedro el Cruel, no podemos soslayar lo ocurrido en Argelia, la Rusia estalinista, Vietnam, Suráfrica, Chile, Argentina, o en Camboya y sus gritos del silencio. Para impedir estas agresiones no fue efectiva la ejemplaridad de los juicios previos contra los nazis. Son eventos históricos dotados cada cual de sus elementos diferenciadores, pero unidos por la similitud de haber sido archivados por avalistas y socios. encubridores.
Uno de los personajes más interesantes de la escena es Jacques Vergés, el abogado defensor de Barbie, quien se ubica ideológicamente en el marxismo-leninismo tercermundista, a lo que algunos añaden el adjetivo de argelino-guevarista. Con su paradógica presencia, que hay quien llama diabólica, Vergés han pretendido darle un revolcón, y hasta un giro copernicano, a los principios de la acusación, al negar abiertamente el derecho moral del Estado capitalista y colonialista francés para juzgar al nazi cautivo. Es una derivación coherente de su leninismo combativo, para quien, en el sistema capitalista y colonial, "todo es lo mismo". Vergés es hijo de padre francés y de madre vietnamita. En la jerga coloquial es un piel amarilla. Sus ojos asiáticos y su faz revelan la condición del mestizaje. Tal vez le haya animado en su acción cierto resentimiento de humillación racial. Para mayor implicación personal, está casado con una mujer argelina que fue torturada durante la ocupación francesa. Vergés ha pretendido infligir un puyazo crítico contra una justicia etnocentrista. Una Europa occidental y una organización judía tan empedernidamente vengadoras cuando las víctimas son de su propia raza parecen persistentemente distraídas cuando los afligidos son sudacas, negros, moros, camboyanos o vietnamitas. Se trata realmente de una amnesia selectiva. No hay que desviar el juicio ni mezclarlo todo en una misma vasija de atrocidades, pero el escenario de Lyón nos invita hoy a cuestionarnos sobre los criterios morales con los que se ha tejido el devenir de la humanidad. Está consensuado que los nazis sean los grandes malditos de la historia, pero no que sean los únicos. Sus personalidades, cuando han sido estudiadas aisladamente, no han presentado desviaciones ni rasgos más desalmados que en cualquier otro grupo de la humanidad, como lo indicarían la valoración de predisposiciones y actitudes tales como la frialdad afectiva y la insensibilidad ante el dolor ajeno. La clave edificante la veo yo en que, afortunadamente, no todas las inclinaciones destructivas encuentran el contexto adecuado para su expresión material. Son las coartadas de algunas ideologías y determinadas estructuras de poder las que permiten la saciedad agresiva del malvado.
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