Fin de la epopeya
Un Homero moderno podría describir la epopeya de Grecia en el Campeonato de Europa, que recuerda a la de España en Barcelona hace 14 años, aunque con mayor sorpresa todavía porque Grecia no figura en la elite continental -y la España de Luyk, Brabender y Buscató sí que figuraba-, y con una influencia mucho mayor del público ateníense enardecido que la que pudo tener el barcelonés. Otro factor diferencial con el campeonato de 1973 es la indudable caída del nivel general de la competición.Sea como sea, los griegos se han subido a la alfombra voladora y hoy son ellos los que se enfrentan a la Unión Soviética en la final. La escabechina que los soviéticos pueden causar en las filas helénicas se le ocurre a cualquiera, pero ¿y el daño que los griegos puedan infligir a sus rivales? En él radica la clave de que la final resulte relativamente igualada, con un atisbo de posibilidad para la sorpresa. Y es que los griegos tienen las armas suficientes para causar, por lo menos, algo de daño, y más ahora, que van a llegar a la final cargados de adrenalina.
La maquinaria soviética ha dado, desde luego, un salto de calidad en la fase final, y ante España dos hombres -Marteulenis y Volkov- supieron imponerse con claridad a sus rivales directos, lo que de antemano no estaba tan claro. Pero la lentitud española en ataque estático y la pasividad en defensa individual -reaccíonando tarde en la mayor parte de los movimientos de penetración soviéticos, con lo que se cometían faltas o se permitía doblar el balón con facilidad a un hombre desmarcado frente a una defensa vendida- contribuyeron mucho a acentuar esa impresión de invencibilidad soviética. Grecia, en cambio, no es un equipo pasivo ni en ataque ni en defensa. Su organización ofensiva depende mucho de los movimientos de penetración (los que le faltaron a España), no sólo de Gallis, sino también de Yannakis, y eso no les sienta bien a los soviéticos. También disminuye la eficacia de la defensa hombre a hombre soviética el enfrentarse simultáneamente con dos buenos manejadores del balón como son esos dos (otra cosa que tampoco tuvo España). Y con Christodulu, que está lanzando triples con insospechada eficacia, los griegos disponen de al menos tres amenazas anotadoras.
Ahora bien, una vez dicho esto, sigue en pie el rompecabezas que supone enfrentar un hombre solo, Fasulas, frente a todos los largos de la URSS. El desgaste debe acabar restiltando abrumador. Por ello, no resulta previsible, a menos de un milagro paradeportivo, algo distinto de una clara victoria soviética al cabo de 40 minutos. Demasiados atletas, uno tras otro, en infernal rotación, para media docena de buenos jugadores griegos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.