¿Para qué sirve el bisindicalismo?
El secretario general de la Unión Sindical Obrera hace un análisis crítico de los resultados de las últimas elecciones sindicales, celebradas en el último trimestre del pasado año. El bísindicalismo resultante es, para el autor, estéril y regresivo. Además, denuncia la persecución objetiva de la normativa electoral hacia la central sindical que representa, que a pesar de todo ha conseguido seguir siendo la tercera fuerza sindical, con 6.800 delegados, ni uno de ellos fraudulento.
No me anima el menor afán descalificatorio al escribir estas líneas y titularlas así. Sabe cualquiera que lo sepa la distinta valoración que me merecen los dos ejes del bisindicalismo: razonada estima hacia Comisiones Obreras (CC OO) y recíproco desprecio al papel que encarna UGT. Globalmente hablando y dejando a salvo las personas. Simplemente he querido sumarme al cortejo de valoraciones inevitables tras las elecciones sindicales, coleantes y sangrantes aún. Y hacerlo en torno a una idea y un concepto que resume el desarrollo y los resultados de las mismas: el reforzamiento, el avance, la realidad indiscutida del bisindicalismo que lo inunda todo, copa el mapa sindical hasta salirse y hace añicos cualquier otra voz o tentativa sindical ajena a esa lógica bisindical.Sé del peso inamovible de las grandes imágenes -bisindicales en este caso- en un país y en una democracia que hace de las apariencias la sustancia de las cosas en demasiadas ocasiones. Aún así intentaré barrenar contra esa realidad incuestionable del bisindicalismo por lo que pudiera tener de espejismo.
Composición interna
En primer lugar, lo referido a la naturaleza y composición interna del bisindicalismo. Aquí, a diferencia de la cosa eléctrica, no existen dos polos distintos que le dan sentido lógico y eficacia al esquema, pues CC OO y UGT, sindicalmente hablando, son cosas muy parecidas, por no decir idénticas. Sus concepciones sobre el papel del sindicato, su modelo organizativo, su práctica irreversible en cuestiones clave como la autonomía sindical o la política reivindicativa, hacen que la Unión General de Trabajadores y Comisiones Obreras tengan en el plano sindical acusadas similitudes. La línea fronteriza entre ellos, la invisible diferencial que justifica que sean dos, se encuentra en el terreno político-partidario y en la inercia ideológica que hace décadas fraccionó a la izquierda.
Es por ello que esa aparente diferencial entre la Unión General de Trabajadores y Comisiones Obreras se exaspera al estar uno de los dos partidos-nodriza en él poder, el PSOE en este caso. Si fuera a la inversa -¿por qué no van a estar algún día los pecés en el poder?-, CC OO asumiría el papel de comprensivo partenaire y UGT se soltaría el pelo por calles y plazas. No lo duden.
Esta reflexión, que no tiene nada de caricaturesca, me lleva a otras: cuán distinto y mejor sería todo si en estos años de tránsito democrático el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y el Partido Comunista de España (PCE), que tanto y bueno han hecho juntos, hubieran resuelto unir sus infanterías sindicales en una sola. Obstáculos sindicales de fondo no existen; es cuestión de voluntad política. En todo caso, ahí queda la idea.
Su legitimación
En segundo lugar, lo referido a la legitimación del bisindicalismo. Un ciudadano de a pie, visto el panorama, puede pensar que tras los generalatos de Comisiones Obreras y la Unión General de Trabajadores se hallan en posición de firmes, prietas las filas, las masas obreras y campesinas de España (recia y rancia dialéctica muy al caso). Pues no. En España no más del 10% de la población asalariada está afiliada a algún sindicato con carácter estable y al corriente de sus obligaciones financieras llamadas cuotas. Esta cifra de sindicación, aceptable en el contexto africano, resulta cómica en el contexto europeo.
Es evidente, por tanto, que la base legitimadora del sindicalismo y de tanto como destaca no es su representatividad social organizada. ¿Cuál es, entonces? La vía electoral como forma única de legitimación representativa, al igual que los partidos y la vida política. Con lo cual, lo que se incentiva en la brega sindical es el superestructuralismo de la mercadotecnia y la dialéctica de los aparatos a la caza del voto asalariado como sea. Los imperativos de desarrollo armónico del sindicalismo (afiliación, organización, apego a lo concreto y cotidiano, etcétera) devienen así secundarios, poco provechosos.
Ese desequilibrio entre legitimación electoral y legitimación social, a favor de la primera, explica que el máximo punto de agitación de los aparatos sindicales se produzca una vez cada equis años con ocasión de las elecciones, mientras el perfil de la realidad sindical cotidiana persiste en ese significativo y bajísimo porcentaje de afiliación más o menos estable y organizada.
Pero hay más. Las reglas y el terreno de juego electoral sobre los que el bisindicalismo asienta su legitimación están trucadas, son antidemocráticas, por lo mismo moralmente fraudulentas, y legitimadoras o encubridoras del fraude real, un hecho casi inherente a las últimas elecciones sindicales. La normativa electoral sindical está concebida para cerrar la calle, que no pase nadie, salvo los dos agentes bisindicales. Con lo cual, a la artificial legitimación social del bisindicalismo hay que unir una más que dudosa fundamentación democrática de su legitimación electoral. Y con esto no estoy descalificando por fraudulentos la totalidad de los resultados electorales de la Unión General de Trabajadores y Comisiones Obreras, ni mucho menos. Descalifico una norma electoral y un marco legal que prima el bisindicalismo y castiga cualquiera otra expresión al margen de ese esquema.
Su eficacia
Y finalmente, lo referido a la eficacia del bisindicalismo, tal vez la vertiente más sangrante del análisis por cuanto afecta a su utilidad, al para qué sirve. Porque -tras 10 años de hegemonía absoluta del bisindicalismo- habrá que empezar a exigirles a la Unión General de Trabajadores y Comisiones Obreras su cuota-parte de responsabilidad, conjunta o por separado, en el balance sindical y socioeconómico de la primera década democrática.
Digo yo que algo tendrán que ver con la situación de debilidad y desesperanza sindical de los trabajadores, con las causas que han llevado al desempleo casi a cuatriplicarse en el período 19771987, con el empobrecimiento constante de los salarios, con la degradación del trabajo que queda y del mercado laboral, con el fracaso histórico de la concertación... ¿O no? ¿O es que la hegemonía bisindical ha sido mera retórica o simple plataforma de imagen desde la que obviar la propia responsabilidad en la factura social de la democracia al amparo de la indudable responsabilidad de las políticas gubernamentales o la voracidad patronal? ¿Cuántas décadas más nos quedan por delante bajo la conducción del bisindicalismo como la que hemos dejado atrás?
Es evidente a dónde quería llegar: el bisindicalismo concebido, sustentado y practicado como hasta ahora, es estéril y regresivo. Lo esteriliza su propia dinámica interna de confrontación y antagonismo político, en primer lugar. La profundidad de la crisis, la dureza patronal o el neoliberalismo insurgente hacen el resto; pero por este orden.
Este más que esquemático análisis sobre la realidad imperante en el mapa sindical español, en modo alguno pretende justificar los resultados electorales de la Unión Sindical Obrera. Se justifican solos.
En el contexto de casi persecución objetiva a que nos ha sometido la normativa electoral, haber obtenido algo más de
16.800 delegados -ni uno solo falso o fraudulento-, convalidar nuestra posición de tercera fuerza sindical organizada a nivel nacional y de referencia natural del sindicalismo independiente no deja de tener su mérito.
En todo caso, la lucha continúa para nosotros desde la legitimidad de nuestras posiciones y las limitaciones de nuestras fuerzas. Porque las demandas y posibilidades en nuestro país de un desarrollo sindical distinto son tan clamorosas como evidentes las dificultades.
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