Teddy Kollek
El alcalde israelí de Jerusalén en los últimos 22 años quiere impedir que la ciudad se convierta en Belfast o Beirut
Los israelíes, que rara vez están de acuerdo en otra cosa que no sea calificar de "terroristas" a los resistentes palestinos, coinciden, sin embargo, en señalar que si Jerusalén no se ha convertido en Belfast o Beirut es, en gran medida, gracias a su alcalde, el laborista Teddy Kollek. El alcalde celebró su 76º cumpleaños el pasado miércoles, el mismo día que, según el calendario hebreo, Israel festejó el 202 aniversario de la reunificación de Jerusalén durante la guerra de los Seis Días.
Kollek es muy popular. Lo electores judíos de Jerusalén los únicos con derecho a hacer lo, llevan 22 años consecutivos votándole como alcalde. Nacido en Viena, trabajador en un kibutz en sus años mozos, colaborador de Ben Gurion, el padre del Estado de Israel, Kollek es un político laborista que habla mal hebreo y se duerme en los actos públicos. Se le tiene también por valiente, y al respecto se citan sus paseos sin guardaespaldás por el casco antiguo de la ciudad, de mayoría árabe o aquella vez en que un ultraortodoxo judío le escupió a la cara y Kollek le persiguió a la carrera, para reparar su honor."En junio de 1967 costó pocos minutos superar las murallas que dividían la ciudad en parte árabe y parte judía", declaró el alcalde al Jerusalem Post el miércoles. "Pero serán precisos otros 200 años para tender puentes que superen la división de ambas comunidades". En 20 años Jerusalén ha doblado su población. En la actualidad habitan la ciudad santa 328.000 judíos, 130.000 árabes musulmanes y 14.000 cristianos.
Para conseguir que "la tensión sea menor que la que debería ser", Kollek ha hecho todo "lo posible" en las dos últimas décadas. Ha intentado elevar el nivel de los servicios municipales en la vieja Jerusalén árabe al de los modernos barrios periféricos judíos. No ha conseguido pese a ello, que un solo árabe figure en el consejo municipal, de 31 miembros. "Tienen miedo de ser acusados de colaboracionistas", dice.
Kollek cree que el nivel de seguridad en Jerusalén es muy superior al de cualquier capital occidental, y tiene razón. "Lo que ocurre es que aquí un fanático judío con una bomba cerca de una mezquita, o un árabe que apuñala a un israelí, destruyen de inmediato la frágil paz entre ambas comunidades.
Desde 1967 el Gobierno israelí ha animado extraordinariamente la construcción en Jerusalén, como un modo de asentar su dominio sobre la controvertida ciudad santa. El alcalde ha tenido no pocos roces con la Administración central, por su empeño de que se respete el viejo estilo arquitectónico de la región: las casas bajas y con muros de piedra natural. El Ayuntamiento ha negado sistemáticamente permiso para la construcción de esos edificios de desnudo cemento que afean la mayoría de Israel, pero en bastantes casos ha perdido la batalla frente al Gobierno.
El conflicto entre árabes y judíos no es el único en esta ciudad mágica. La tensión entre los judíos laicos y los ultraortodoxos provoca periódicamente disturbios públicos. Los haredim querrían que restaurantes, cines y calles fueran completamente cerrados durante el shabatt. En ese frente, Kollek pelea duro por conseguir que Jerusalén sea "como cualquier otra ciudad del mundo libre".
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