Playera
En cuanto llega la buena época de los baños de sol, la intolerancia da en crecer por ciertas zonas de nuestro litoral con bríos propios de una planta carnívora varada en los alrededores de un matadero. En realidad, la intolerancia crece todo el año, no nos vamos a engañar, pero en lo que se refiere a tropelías perpetradas contra el dulce ocio playero, contra los bodies serranos que se dedican a la incruenta tarea de tostarse al sol, es por estas fechas cuando los inquisidores empiezan a ponerse las botas. Salen como miuras del chiquero.A estas alturas del partido parece fuera de lugar hablar de pechos al descubierto y nalgas desnudas junto al mar, parece cosa de otro mundo pararse en estas menudencias. Sin embargo, ahí están de nuevo los buitres de costumbre actuando en nombre de las buenas costumbres, acechando el horizonte con la intención de convertir el inocente cuerpo humano en carroña digna de ser arrojada a las mazmorras. Es una suerte que la ley ya no permita la lapidación in situ de pecadoras, porque me temo que no habría bastantes bordillos para tanta mano justiciera como querría alzarse.
Esos individuos dentados que se pasean por las costas a la busca y captura de un buen pedazo de solomillo indefenso deberían estar en otro sitio: en el jardín botánico, rodeados por una pertinente alambrada, o en una pecera blindada del acuario público, con un cartel que advierta al personal sobre lo que les espera si se acercan. "Cuidado con las pirañas", por ejemplo.
De todas formas, la variante purificadora de este año no deja de tener su aspecto divertido. Habituados estábamos a la aparición de la sombra del tricornio por playas y calitas, pero la modalidad juez en chándal es completamente novedosa, sorpresiva y exitosa. Piénsenlo bien: un juez en chándal cayó en la arena, ayyyyy, en la arena cayó un juez en chándal. Con un poco de suerte y un coro de descendientes del Mayflower detrás, puede convertirse en la canción del verano.
Está visto que este país nunca dejará de sobresaltamos.
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