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Crítica:'LA TARDE'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sus pequeñas manías

Yo temía lo peor; y no sucedió. Temía que el egocentrismo de Terenci Moix -nada malo, una característica de muchos escritores- no sirviese para ese segundo y neutral papel que debe ser el del presentador de otros, de estimulador de otros. Lo temí más cuando anunció que llevaba al programa La tarde lo que llamó "sus pequeñas manías". La realidad es que las manías de Terenci Moix son excelentes cuando se trata de Antonio Gala, de Massiel o de Montserrat Caballé, y de Egipto, cuando está tan bien representado por una egiptóloga solvente, Mari Carmen Pérez Díaz. No, no pasó lo peor. La única concesión al egocentrismo fue un viejo vídeo donde el propio Terenci canta con La Trinca. Tiene, sin embargo, un valor en sí.Pero ¿pasó lo mejor? Quizá tampoco. Pasó un programa de valores seguros y permanentes, sucedió una hora y media de lo consabido, de lo otras veces visto y oído. Y estábamos acostumbrados a un programa, una tarde por donde desfilaba una actualidad tomada del día, unos personajes de los que saben de qué se habla, y Ángeles Caso cumplía bien un oficio. Ese tiempo entre el sería de sobremesa y la hora en que los niños vuelven de la escuela para iniciarse en la adicción a la pantalla casera reunía algunos informes u opiniones valiosas: parece que desde que se fundó, y pasando por varias direcciones y presentaciones, la Casa nunca estuvo demasiado conforme con él.

Personaje popular

La fórmula nueva consiste en dárselo cada semana a un personaje popular para que él mismo lo conduzca y lo presente con sus pequeñas manías. Sólo se puede juzgar por esta primera ocasión, y lo que resulta en ella, y lo que le puede marcar en adelante, es otra cosa: un buen programa para otra hora -y media- del día o de la noche, para que el personaje lleve a sus amigos ilustres y les haga hablar con facilidad.Antonio Gala tiene soltura y verbo esté donde esté; pero probablemente sólo Terenci Moix le podía llevar a hablar con familiaridad de su nueva obra o del problema del intelectual, la política y el poder. Y la espontaneidad con que Massiel arrebató los papeles del guión de la mano de Terenci -le estaban sobrando desde el principio, estaban negándole la frescura, el invento- tampoco se puede conseguir más que de esta manera. Los papeles molestaban, como el play back, Massiel cantando a Brecht o Montse en el papel de Cleopatra, fascinantemente convertida en una especie de fallera mayor o de Virgen del Perpetuo Socorro por una combinación de vestuario y decorado, y con la voz mal grabada. Todo lo cual quiere decir que Terenci Moix logró un programa personal, donde el egocentrismo lo supo transmitir a otros y se quedó tras ellos, que manejó muy bien su figurilla, su fluidez, su velocidad y sus amistades, y que estaría muy bien visto una vez por semana a una buena hora con un programa permanente; bastante mejor que otras estrellas de la televisión a las que no cito por no hacer odiosas las comparaciones. Pero que queda mal colocado en el momento de La tarde, con un público de entre-dos-horas y sustituyendo un programa que, a pesar del malestar de la Casa, estaba dando bastante información sobre algunos de los asuntos que nos afligen en estos tiempos o que pueden consolarnos de ellos.

Si esta modalidad tiene un valor de ensayo o de prueba, se empieza a ver que ha producido un buen programa, pero deja todas las dudas posibles para los que le sigan en adelante: cada uno será un nuevo riesgo. Y este buen programa no tenía por qué dejarnos sin la solidez de La tarde tal como la estaba llevando Ángeles Caso. La echamos de menos.

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