Vattimo, la moral y nosotros
Un artículo relativamente reciente de G. Vattimo en este periódico suscitó una serie de respuestas, todas ellas encaminadas a mostrar lo endeble o lo descarado de la posición del filósofo italiano. Vattimo nos hablaría de una moral estéticamente acondicionada: la moral se reduciría a la ascesis necesaria para que cada grupo exponga, con el mayor decoro posible, sus propios códigos. Estaría de sobra una mirada más profunda que nos llevara a alguna otra exigencia de universabilidad.Como tal propuesta suena a posmodernismo débil, no es de extrañar que las críticas hayan reivindicado el irrenunciable valor de la sospecha, así como la mismísima sospecha de que, una vez más, la cosa va de gato y no de liebre. Cambiar, además, nuestro impasse real por otro más oscuro y confuso no anima sino al rechazo.
Quisiera, no obstante, salir al paso a los supuestos que pueden estar latentes en la refutación usual provocada por nuestro autor. Poner en cuestión un estado de opinión general, supuestamente mayoritario, que desde determinada concepción de la moral aparta a un lado planteamientos como los de Vattimo, creyendo así reforzar, en una autocomplaciente repetición de principios, la propia debilidad. Todo ello sin apearnos de la sospecha.
Los pertenecientes a este estado de opinión piensan que la moral ha de tener más que unos gramos de racionalidad, que compete -cómo no- a todo el mundo, que se basa en razones y que constituye, en fin, un saber práctico que en cuanto tal no es ni simple asignatura académica ni divertimento ni oficio, sino algo que si se elimina destruye igualmente al hombre. Tanta sería la importancia de la moral y su correspondiente reflexión.
Con toda la ingenuidad del mundo voy a volverme contra ese crítico real (o ideal). La moral, dicen, sería esa parte autónoma del hombre que aspira a una comunidad de diálogo (dicho esto no es necesario repetir una vez más los nombres de los gurús inspiradores) en la que todos tengan las mismas posibilidades de exponer sus razones sin que nadie se vea excluido por algún diktat extraargumentativo y violento. Coherentemente, fundamentalmente y pedagógicamente habría que querer que se avance y crezca en moralidad. Todo va junto: su justificación, su progreso, su expansión, su conveniencia y su actualidad.
Pero es aquí en donde, ingenuamente, empezamos a estar perplejos. Y es que por ninguna parte vemos nada de eso que se anuncia. Imaginémonos, por ejemplo, y para esto no hace falta mucho esfuerzo, que un superdotado hubiera dado con la mejor de las razones del mundo para hacer el bien. Alguno, alborozado, diría que aquél ha legitimado la moral. ¿Se seguiría de ahí que nuestras vidas han cambiado dando un paso de gigante? En absoluto. Porque sólo un fundamento que en sí mismo robusteciera la acción moral sería -sospechamos- un verdadero avance.
Se puede objetar en este punto que estoy confundiendo un sinfín de cosa!. Por ejemplo, que no es lo mismo la credibilidad de una teoría que la de la persona que la sustenta. O que no es lo mismo una buena razón para obrar que causar, con la consiguiente pérdida de libertad, las acciones de los hombres para que sean de esta o aquella manera. Dar con la base de la moral, nos admonestarían, es el primer y decisivo paso para la transformación, para bien, del mundo. ¿Qué replicar a esto?
,Que tales distinciones, en moral, están de sobra. Y es que, en moral, si una teoría no se aplica, o si se aplica mal, o si se aplica siempre de mismo modo, o si sólo sirve para el sedicente debate intelectual o para la prolongación de lo más vulgar de la academia, entonces toma cuerpo la sospecha de que no es suficientemente moral.
Una cita quisiera utilizar en mi ayuda. Dice E. Tugendhat, en un pequeño libro bastante conocido ya en este país, lo siguiente: "En todo tipo de juicios científicos o estéticos, verbigracia, puede contemplarse el problema de su justificación como algo puramente académico. Sólo en lo que atañe a la moral es el problema de la fundamentación una necesidad de la vida concreta... La pregunta por la fundamentación de los juicios morales fue inevitable y sigue siendo inevitable en un momento histórico en el cual las convicciones morales de una sociedad perdieron su fundamentación religiosa tradicional..." (no estará de más notar que E. Tugendhat está comprometido con el pacifismo alemán y extraalemán).
Es un buen resumen de lo que es. el saber práctico moral: concreto, inevitable y más allá de intereses universitarios. Lo que ocurre es que más de un aprovechado podría usar lo que escribe Tugendhat sobre la contraposición con otras épocas y hacer lo de aquellos modernos incipientes que reclamaban la soberanía popular no para dársela al pueblo, sino para quitársela a la molesta aristocracia. Hoy se puede optar a un cierto rango político o a un puesto vitalicio sólo con proclamarse moderno y no troglodita.
De lo que se trata es de mostrar el fundamento. Dicho primero anecdóticamente. No se puede hablar de diálogo para otorgárselo después en exclusiva a las llamadas democracias occidentales. Ni autodenominarse autosuficiente y estar financiado por los que generan violencia. Ni hablar de universabilidad defendiendo al mismo tiempo los intereses privados que la hacen imposible. Hablar, en suma, de ideales y comunidades y ser complacientes con las armas (la OTAN sigue presente), con la represión, la rigidez estatal, la incultura culpable (por no hablar de la complicidad del silencio, la neutralidad ideológica real o la pasividad en cuanto hay un hecho que requiere un pronunciamiento inmediato) es contradictorio. Y no se diga que estoy pidiendo que de aquellos principios morales se deduzca, mágicamente, este o aquel resultado. Lo que digo es lo contrario: de este y tantos resultados inferimos que hemos de sospechar de la supuesta teoría.
Dicho menos anecdóticamente. Cuando afirmamos que las razones y fundamentos de la moral han de mostrarse llevándolos a la acción no estamos optando por el criterio del éxito o porque sea la praxis la medida de todo. Estamos más bien hablando de fundamento como de aquello que no mira tanto hacia atrás (el simulacro del refugio en la lejanía que entóntece ha sido denunciado mil veces), sino como lo que apoya la acción. Un edificiQ bien asentado y que no sostiene nada, o no es edíficio o no está bien asentado. Si alguien objetara que por ahí se va al fanatismo moral, habría que recordarle que el fanático es deficiente por irracional, no por inmoral. Lo que estamos haciendo -y parafraseo ahora a otro autor- es juzgar prácticamente el juicio práctico.
Y es que la moral, por su misma índole, implica todo un juego de fuerzas, razones y denuncias. En el juicio moral se da una extensión y dificil tensión entre quien afirma algo y su acción. Cuando tal relación se corta, lo lógico es sospechar que no se habla en serio o que no se sabe lo que se dice o que, peor aún, se está colocando en un discurso llamado teórico aquello de lo que se carece en la práctica.
La conclusión, entonces, no es una carrera (en su doble acepción) por justificar la moral o delimitar sin aristas el bien. Antes que nada se exigiría la creación de un posible bien. Está en lo cierto V. Camps cuando resucita al emotivismo, ya que éste nos dice que hemos de ser buenos porque nos gusta serlo. Radicalizando la idea: experimentemos la bondad hasta hacer innecesaria su fundamentación. Un único hombre en el mundo sería moral porque podría siempre expresar y desarrollar su satisfacción moral. Un hombre en sociedad tendrá, en la elegancia de la renuncia ante el bien del otro, el goce de sí mismo aumentado.
Entre poner delante de los ojos una trivialidad para ocultar la crueldad y un Vattimo, o quien sea, que nos devuelve sin pasión la debilidad en la que nos encontramos es tentador ser más condescendientes con los segundos.
Pero, siendo más sinceros, no nos quedamos ni con unos ni con otros. Lo que queremos son ejemplos. Lo que queremos son maneras. Queremos una ética verosímil. Si no, como santo Tomás: ver para creer (y no, como sucede tan a menudo, vivir para ver). Las insuficiencias de Vattimo agrandan las que le rodean.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.