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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pelea de gallitos

EL CONGRESO extraordinario que celebra Alianza Popular (AP) se presenta a la opinión pública como una verdadera pelea de gallos de menor peso. Era previsible que en tan breve plazo de tiempo la derecha española fuera incapaz de articular un proyecto político alternativo al modelo impulsado por Fraga, cuyo fracaso resultó evidente desde bastante antes de su dimisión. Pero el espectáculo ofrecido en estos dos meses por los aspirantes a encabezar el proceso de rearme político y doctrinal de la derecha supera todas las previsiones.La ausencia de tradición democrática en España ha pesado en todos los partidos, pero más particularmente en la derecha. Esa falta de tradición fue ya determinante en la incapacidad de AP para resolver los problemas domésticos con que hubo de enfrentarse ante el desconcierto que siguió a sus sucesivos fracasos en el referéndum de marzo y las elecciones de junio. El sistema de funcionamiento del partido derechista, cuasi presidencialista -Fraga nombraba y destituía a secretarios generales y vicepresidentes-, entró en crisis en cuanto surgieron las menores divergencias con el líder máximo. Por ello, una vez producida la dimisión , pareció haber unanimidad respecto a la necesidad de cambiar los métodos y se dijo que había que ir hacia una dirección colegiada.

Pero ha resultado que los hábitos adquiridos están más arraigados de lo que los conatos de renovación aparecidos en el anterior congreso permitían suponer. El debate sobre el futuro de AP se ha reducido a la disputa casi indecente por determinar quién va a mandar. Esa disputa por la primogenitura hace figura de pelea de enanos y agiganta artificialmente la del ausente.

En este país hay política de derechas, pero no un proyecto político de la derecha. El deseo de mandar no es todavía un proyecto. Tampoco el mero convencimiento de que hay que desalojar a los socialistas, considerados unos intrusos en finca ajena. Lo que la derecha que representa AP ha perdido no es únicamente el poder, sino la confianza de la mayoría de los ciudadanos. El único debate posible, o en todo caso el más acuciante, es el de cómo ganar esa confianza, es decir, cómo rearmar ideológicamente al partido para adaptarse a los cambios producidos en la sociedad española en los últimos años. Sus puntos de apoyo tradicionales -el predominio de la España agraria y el dominio ideológico de la Iglesia- dificilmente podrán ser utilizados hoy en una sociedad integrada en la Europa industrializada y fundamentalmente laica.

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Las nuevas señas de identidad deberían asentarse en una doctrina renovada, de la que el cambio de imagen externa -líderes más jóvenes, o más modernos, etcétera- tendría que ser consecuencia, y no al revés. Pero esa renovación es inseparable de una reflexión sobre el papel que corresponde a la oposición democrática en una sociedad democrática y pluralista. Para convencer a la mayoría no basta el exorcismo ritual, la satanización del Gobierno mediante descalificaciones en bloque, lindantes con frecuencia en la pura demagogia. En la tradición de la derecha europea hay valores, especialmente en el terreno de la eficacia en la gestión, el rigor jurídico y la capacidad de negociación en los foros internacionales, con capacidad para estimular la adhesión de sectores muy amplios de la población.

Nada de esto ha aparecido, ni siquiera como esbozo, en la trifulca que ha precedido al congreso. Con todo, lo más indignante de la pelea no ha sido tanto el olvido de las cuestiones políticas de fondo como la insólita pretensión de los principales competidores a que les sea reconocido por adelantado un liderazgo que, en todo caso, habrían de conquistar a partir de ahora.

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